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domingo, 2 de octubre de 2011

Una visita muy esperada

Hace tiempo que no porto por estos lados, pero aquí estoy, adaptándome a los cambios. Este post, este va de alegría y reencuentros, de vacaciones y buenos tiempos.

Lo bueno de bloguear es que es como manejar bicicleta... No nos olvidamos de como se hace.

No los voy a atormentar contándole las muchas cosas ocurrieron en todo este tiempo, es lógico, después de haberse librado de mi por esta larga ausencia, no los voy a castigar así, pero al menos algunas si se las contaré. Es bueno compartir.

Hace poco nos visitó mi hermano Mario, se pasó casi un mes aquí, ese reencuentro fue algo muy especial para mi, después de haber pasado varios meses, aún me resulta difícil explicar la gran emoción, esa sensación especial de complementación, la comodidad y el gran orgullo que me produjo esta esperada presencia. Nos contamos todo lo que ya nos habíamos contado por teléfono, claro, es que en vivo es diferente, poder vernos mientras nos decimos las cosas me resulto una experiencia necesaria, ya teníamos demasiado tiempo sin vernos.







Mario y yo turisteábamos y nos movíamos con soltura, disfrutando como unos muchachos. Al tour lo pudiéramos llamar: “Holanda en un Panda”, que era nuestro fiel “carrito de repuesto” y así cómodos y seguros paseamos por muchas ciudades enseñándole lo obligado y muchas cosas más. Y como siempre ocurre, Ámsterdam lo cautivó y con razón, el día de la reina fue un abreboca que le mostró el carácter mas festivo, liberal y desenfrenado de los holandeses, cosa que yo ya conozco; después volvimos varias veces a Ámsterdam, visitamos el barrio rojo o red light district pero de manera pasiva, ¿Ustedes entienden? Disfrutamos del barrio chino, admiramos las fachadas torcidas de las casas antiguas de la ciudad, que amenazan con caerte encima, pero no lo hacen. Y así nos dejamos imbuir por el descarado magnetismo mágico que tiene esta ciudad, su charm, la libertad que se respira y se ejerce, su belleza, su gente, en fin, Ámsterdam es simplemente irrepetible y se reinventa en cada visita que se le hace, así lo apreció él.




En la Haya nos comimos las mejores pizzas turcas del mundo entero, recién hechas, a mi aún se me hace la boca agua y me pregunto como algo tan simple puede ser tan delicioso. Luego visitamos la ciudad, el palacio real, su centro estupendo y algunos sitios de interés, que son muchos, quedando encantados con esa encantadora ciudad, desde donde además despacha mi amiga Beatrix.

En Utrecht, ciudad de estudiantes y vida nocturna intensa, después del tour obligado por el centro donde admiramos su arquitectura, caminamos por Oude Gracht que es un sitio increíble que evoca historias románticas de tiempos difíciles, tomamos café y terminamos en el restaurante griego del centro, cerca del Dom comiéndonos unos shoarmas de pollo con salsa de yogurt, tan exquisitos que no tienen descripción posible, sin que evoque mentalmente la palabra orgasmo, como el sandwich famoso aquel, del que ya les hablé una vez.




Así, con gran alegría compartimos un millón de cosas, visitamos un montón de sitios, hicimos muchas fotografías, fuimos al mercado y comimos pescado frito o lekkerbek en la calle, como se hace aquí, paseamos mucho en la moto, fuimos a Ikea varias veces y como complemento obligado, comimos albóndigas y papas fritas al estilo danés con salsa de champiñones y mermelada de arándanos y hasta hicimos varias veces mercado en Albert Hein como la gente normal que vive aquí.

No puedo dejar de mencionar el suculento almuerzo que preparó especialmente para nosotros mi amigo Luciano, del restaurante San Giorgio, de lo mejor de Amersfoort, donde atendimos a su invitación personal y como siempre, se lució preparándonos la mejor pasta de la historia de la humanidad, claro, después de la que hacía Filo, o sea mi mamá. “Luciano grazie caro amico”, este fue un momento muy especial en el que compartimos un buen rato como tres italianos que se encuentran en un sitio ideal de este buen mundo posible.

Todo esto y muchas cosas mas lograron llenar nuestros bolsillos de buenos recuerdos.

Mario, desde este pedacito de tierra de flores, quesos amarillos y buena gente, te mando un gran abrazo de hermano, agradeciendo mucho el que nos hayas dispensado esta increíble visita, donde me volviste a demostrar que no hay nada mejor que la familia, te quiero un montón y ya tengo muchas ganas de verte otra vez.


viernes, 1 de abril de 2011

Woodstock, amor y pollo frito


Yo perdí la cuenta, pero fueron un montón las veces que vimos la película del festival de Woodstoock, seguramente mi gran amigo Williams Sarmiento recuerda cuantas fueron, pues siempre fuimos juntos. Íbamos inspirados al cine, como si asistiéramos a un rito sagrado de adoración a nuestros ídolos, a los que admirábamos con fervor casi religioso. Cada vez que veíamos la película, descubríamos algo nuevo que no habíamos visto antes, lo que nos hacía quedar con ganas de volver a verla. Conocíamos todas las bandas y sus integrantes, nos sabíamos las letras de sus canciones, que cantábamos libremente en el cine y a gañote batiente, claro, intentando no sobrepasar el volumen de los altavoces del cine para no molestar a la audiencia.

3 días de paz y música, ese era el eslogan que en pleno agosto del año 1969 se hizo realidad. El evento se convirtió en la quintaesencia del rock y la psicodelia, erigiéndose como emblema del movimiento hippie mundial, del haz el amor y no la guerra, de los pelos largos, de las camisas hindúes con colores vivos, de las sandalias de cintas de cuero y de las bandanas. Fue una época muy bonita, se practicaba el amor libre, bueno, nosotros todavía no. La gente se enamoraba locamente del amor, las flores y el símbolo de la paz eran los iconos del momento. La gente podía bailaar sin música y sin importar donde, girando sobre sus pies, felices sonriendo con los brazos abiertos viendo al cielo.Hacían además otro montón de cosas que ahora casi nadie es capaz de hacer sin que se le caiga la cara de vergüenza.

Fue una época que disfrutamos mucho, todos nosotros nos sentíamos un poco hippies, aunque no éramos muy libres de serlo, pues a nuestra edad, las madres tenían un gran poder y hacían que nos bañáramos muchas mas veces de las que necesitábamos y deseábamos, logrando con este exceso de higiene y antisepticismo alejarnos del movimiento romántico que tanto admirábamos y queríamos emular.

Las últimas veces que vimos la película Woodstock, poco antes de que la retiraran definitivamente de las carteleras, fue en el cine Terepaima, nuestro cine favorito, a donde íbamos en nuestra transición entre infancia y la pubertad, momento que ahora que soy papá de un mozalbete de 17 años reconozco como muy difícil.

El cine quedaba por las esquinas de Dolores o Mamey, cerca de la escuela Francisco Pimentel. Definitivamente este era nuestro cine, su dueña, una señora muy amable, siempre estaba pendiente de nosotros, nos trataba como a unos sobrinos, y mostraba su cariño malcriándonos. Esta familiaridad nos permitía eventualmente sacarle un fiado, que luego nunca nos cobraba, por mucho que insistiéramos, por eso muy pocas veces lo hicimos, pues nos daba vergüenza. A veces íbamos un montón de muchachos juntos, sobre todo los lunes populares, recuerdo que estas ocasiones armábamos mucho barullo pero ella no decía nada, como cualquier tía alcahueta.

Recuerdo al señor de la linternita que al apagarse las luces, iluminaba pasillos y butacas, para evitar tropezones, nosotros le decíamos “Lucecita” como el nombre de una famosa novela con José Bardina y Marina Baura que habían visto nuestras madres unos años atrás y él como represalia nos apagaba la luz, dejándonos desorientados en la penumbra, y se retiraba diciendo Lucecita será tu mamá, cosa que no nos hería en absoluto, sino todo lo contrario, nos daba mucha risa. Estoy seguro de que en el fondo “Lucecita” nos apreciaba de alguna manera, pues le alegrábamos la vida monótona de iluminador de salas de cine, cosa que en aquellos días considerábamos toda una profesión.

Esa época estuvo muy llena de vivencias que recuerdo con alegría, cuando cumplí los 16 y siguiendo las órdenes de cortejar que nos dan las hormonas, me empaté con una chica bellísima, muy simpática que iba dejando alegría por donde pasaba y aún lo sigue haciendo y que no nombraré por respeto a su privacidad, aunque si ella me deja la cito (¿Pillaste niña?). Bueno, el caso es que este amor primerizo nos dejo un montón de experiencias bonitas, algunas no se pueden contar, otras si. Hoy me atreveré a contarles una que me parece muy simpática.

Durante ese noviazgo amateur, algunas noches los muchachos de la cuadra íbamos al cine Terepaima, y yo haciendo caso omiso de aquella famosa ley de la geometría que dice que la distancia mas corta entre dos puntos es la línea recta, los convencía para que me acompañaran a ir por un periplo ilogicamente largo, para así, poder pasar un momentico por la casa de mi novia; ella vivía en el Edificio Nona, que está un poco mas abajo de la esquina del Hoyo en el centro de Caracas. Al llegar al frente del edificio nos poníamos debajo de su ventana que estaba en el tercer piso, y yo, que nunca aprendí a silbar le decía a uno de mis amigos, “chamo echate una silbadita allí”, emitido el agudo sonido, ella se asomaba a la ventana con su sonrisa encantadora, y a esa distancia de tres pisos, mirándonos fijamente a los ojos, sin tener ningún reparo ni vergüenza, nos decíamos todas esas cosas bonitas que solo se saben decir los enamorados primerizos, luego ella con mucho cuidado me bajaba por la ventana, amarrada a un pabilo, una bolsita de papel marrón, de las del abasto, con una meriendita para el cine, luego nos despedíamos lanzándonos todos los besos del mundo, yo caminaba de espaldas para no dejar de verla ni un solo instante y hasta perderla de vista, logrando con esto hacer que mis amigos se burlaran de mi, pero como yo estaba muy enamorado no me importaba nada, solo me importaba ella.

Con el tiempo esto se convirtió en un ritual, que me hizo dudar de cual era la verdadera razón de ir al cine. La repetición de este evento tan romántico curó de espanto a mis amigos, haciendo que ya dentro del cine, ninguno se sorprendiera, aunque si me envidiaran cuando yo, en el reino de las cotufas, los pistachos, los manís y las Carlotinas, orgulloso y con los ojos brillantes de emoción, abría mi bolsita marrón voladora y sacaba de ella un riquísimo gran muslo de pollo asado y un cambur que me comía con gran placer. ¡Cosas del amor!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Penne rigate alla puttanesca di pesce



Ayer no tenía mucho que hacer, era uno de esos sábados que sirven para descansar y recuperarse del ajetreo de la semana, y eso mismo fue lo que hice. Busqué la caja de las fotos viejas y me puse a escanear las que me generaban algún sentimiento especial, para luego, eventualmente verlas y evocar esos tiempos idos pero bien recordados. Bueno hablando filosóficamente, al final todas las fotos pertenecen al pasado, bueno unas son mas del pasado que otras, pero en fin son todas de allá.

Y así pasó la mañana, ocio total de escaneo fotográfico, claro, después de un montón de horas el hambre golpeó y yo acusé el castigo, tenía hambre pero tenía ganas de algo un poco especial, estaba solo y la cocina era toda mía, así que decidí hacerme una pasta, pero diferente, así que me dije: Manos a la obra, y empecé viendo lo que tenía a disposición en la alacena, tome unas cuantas cosas y mentalmente pensé si combinaban y aunque no estaba muy convencido, asumí el reto y la preparé, yo mismo me sorprendí al degustar ese plato tan sencillo pero lleno de sabores intensos y bien combinados.

Seguro que mis 8 lectores de este Peor es Nada están deseando saber la receta, pues si aquí mismito se las pongo y ustedes podrán probar. Lo único que les digo es que las cantidades están probadas para una sola persona, las cantidades proporcionales para prepararla para mas personas no las se, pero estoy seguro que eso no es importante, ustedes sabrán como resolverlo.

Me tomé la libertar de ponerle un nombre a la receta, Así que aquí va:

Penne rigate alla puttanesca di pesce.

Ingredientes:
- 125 gr de penne rigate
- 2 dientes de ajo
- 10 aceitunas negras sin semilla
- 3 Filetes de anchoas
- 5 cucharadas de aceite de oliva extra virgen
- 1 Ají picante pequeño
- 1 cucharadita de orégano
- 1 cucharadita de perejil

Preparación:
- Picar los dos dientes en cuadritos pequeños
- Picar las 10 aceitunas en rueditas
- Picar las anchoas y el picante en pedacitos
- En una taza grande poner las cinco cucharadas de aceite de oliva y juntar todo, menos el perejil, revuelva para que se integren los ingredientes y déjelo macerar por 5 o 10 minutos
- Ponga la mezcla en una sartén y cocine un poco
- Vierta en la sartén la pasta al dente y cocine por unos minutos para que se mezclen los ingredientes y sabores..
- Sirva en plato hondo y decore con perejil.

Espero que la disfruten como yo lo hice yo.

jueves, 26 de agosto de 2010

El marinero que vino del sur

Apareció de la nada, o mas bien, parecía que estaba allí desde hacía mucho tiempo, nos dimos cuenta de su presencia porque opinó sobre una de nuestras aseveraciones. Dijo: No creo que sea bueno ocultar eso, porque si se llega a descubrir quedarás muy mal por no haberlo dicho en su momento. Nos vimos las caras preguntándonos quien había invitado a ese hombre que hablaba con acento raro.

Su aspecto no nos hacía temerle, era muy joven, pero nosotros lo éramos mas, podría tener como 20 años, nosotros entre 13 y 15 y aunque nos pareció un poco atrevido, aceptamos su consejo que además me pareció muy sensato. El continuó recomendándonos como actuar ante la situación que discutíamos, lo mejor es decir siempre la verdad dijo y no ocultar cosas que puedan después hacerle daño a alguien.

Estábamos en el escalón de la entrada a la plaza de la iglesia de Santa Rosalía; quien la conozca seguro se hará una idea del sitio, que es muy conocido en el centro de Caracas, aunque aquella era otra Caracas, mucho mas inocente, inofensiva y vivible que la de hoy en día. Era una ciudad donde jugábamos a ladrones y policías hasta tarde en la noche y no pasaba nada. Los muchachos de la esquina de Santa Rosalía así nos referíamos a nosotros mismos, pero esa es otra historia.

Llevaba un bolso grande y se bajó para moverlo de sitio, dejando ver su cadena de bolitas de acero, como las que agarran las tapitas de los lavamanos, de donde colgaban 2 placas de metal con letras en relieve, de las que usan los militares. Esto llamó mi atención e hizo que le preguntara si él era militar. Si, ¿Por qué? Por nada, respondí tratando de mostrar indiferencia. Su respuesta positiva hizo que temiera seguir preguntando, no quería ser impertinente, me callé y le di otro sorbo a mi Green Spot. Pero apareció uno mas temerario que yo y le preguntó directamente que hacía allí: “ Tengo varios días libres y después de estar navegando varios meses, lo último que quiero hacer es quedarme en el barco, así que me vine a pasear un poco por la ciudad y llegué hasta aquí, me compré un desayuno en la panadería de la esquina y buscando un sitio para comer me tropecé con ustedes, me pareció que serían una buena compañía en esta comida especial”.

Esa respuesta justifico plenamente la presencia del marinero alrededor de nosotros y además me hizo sentir importante, no todos los días un marinero de los que navegan por el inmenso mar, con toda su valentía y arrojo, nos honra con su compañía. Tomando en cuenta la edad que yo tenía, era como tener a un super héroe de amigo allí, hablando conmigo de lo mas natural. Pensé que por estar solo podía necesitar una familia por un rato, así que decidí que era una buena idea invitarlo a almorzar a mi casa, todos mis amigos me vieron con cara de sobresalto, y él mostrando una mezcla de vergüenza y sorpresa aceptó. Mi mamá era un ángel y yo estaba seguro de que aceptaría con alegría y disposición compartir la mesa con el marinero desconocido.

Así que emprendimos el camino a la casa, mas o menos 4 cuadras, intercambiamos nombres: “Yo soy Miguel le dije, extendiendo mi mano y estrechándola dijo, yo soy...” Aquí me tengo que disculpar con ustedes porque por mas que lo intento no puedo recordar su nombre y honestamente no quisiera bautizar a mi amigo con un nombre inventado o sacado de una novela que seguramente no se merecería, así que “El Marinero” es el mejor y mas honesto nombre para referirse él.

“Marinero: ¿ y porque no vas vestido de marinero? Porque estoy de permiso y también porque ayer se me ensució. Si hay algo terrible y que seguramente no veras nunca es a un marinero con el uniforme sucio, así que preferí meterlo en mi bolso hasta que lo pueda lavar”. No te preocupes le dije, seguramente que mi mamá te lo deja blanquito, sabes ella es como un ángel. ¿Es blanco tu uniforme, verdad? Si respondió El Marinero, “es muy blanco, pero no quiero que tu mamá me lo lave, eso sería ya un verdadero abuso. Tranquilo que estoy seguro de que a mi mamá le encantará lavar tu uniforme y además lo va a dejar de un blanco que ni te lo imaginas, ella usa unos potinges muy efectivos para sacar manchas, así que no te preocupes” Insistió, “es que es muy personal, es mi uniforme y tengo un montón de años lavándolo yo mismo. Bueno como tu quieras, pero si mi mamá te ve lavándolo no creo que deje que lo hagas tú”.

Ya habíamos llegado a la casa, y allí me enfrenté al primer escollo contra mi altruismo. ¿Cómo podía decirle a mi mamá que traía a un marinero desconocido a comer a la casa? Como no tenía una respuesta a esa pregunta decidí improvisar, le pedí a El Marinero que esperara en la puerta hasta que regresara a buscarlo. Me sentí un poco ridículo haciendo esto, pero no se me ocurría mas nada. Entré a la casa, mi mamá estaba en la cocina, le dije: “mami vine con un amigo a comer. Bueno, está bien, ¿y quien es? No pensé que me encontraría tan pronto con el segundo escollo. Bueno, eso no importa ahora, ya te lo cuento” y mas o menos así fue la cosa.

Regrese a por El Marinero, abrí la puerta, entra le dije, es por aquí, llegamos a la cocina y mi mamá notó nuestra presencia, se volteó y al ver a El Marinero, se mostró sorprendida, se secó la mano y se la extendió, como había hecho yo hacía solo un rato. “Encantado” le dijo él, “yo soy El Marinero, y yo soy Filomena, pero me dicen “Minuccia”. Que bien “¿Y eres amigo de Miguel desde cuando?. Desde hace como una hora mas o menos”. Mi mamá no pudo evitar que se le notara el asombro por la respuesta, pero no le hizo mucho caso y se dispuso a continua con lo que estaba haciendo.

Mamá me mandó a comprar pan a la Villafranca que quedaba en la esquina de Peláez, El Marinero se ofreció acompañarme, caminado la cuadra escasa que había hasta allá, me dijo: “Que bella persona es tu mamá, tienes razón de decir que es un ángel, no importa lo joven que se seas, cuando se pasan mas de tres meses en un barco descubres que eres capaz de saber que tan buenas son las personas con estar 5 minutos con ellas y poder verle directamente a los ojos, los ojos son el espejo del alma, y en los de ella pude ver a una persona muy espiritual y bella, llena de sentimientos positivos y que además te quiere mucho”. No puedo negar que El Marinero sabía que palabras usar para hacerte sentir bien y arrancarte una sonrisa indescriptible de satisfacción, pero además esto había hecho que sintiera al Marinero como un viejo amigo, como si reconociendo la bondad de mi mamá, me hubiera llegado profundo en mi corazón para de pronto a ocupar allí un puestecito.

Para mi mamá siempre era una gran alegría tener gente en la casa invitada a comer, esa era su manera de mostrarle a la gente las maravillas que podía crear, y con fruición y gran paciencia preparaba sus delicias, este era su imperio, allí se sentía la dueña del mundo y así cortaba, calentaba, aliñaba, mezclaba, cocinaba y mientras cantaba en voz baja, casi imperceptible, hacía participe de su rito a los comensales conversando de cualquier cosa como por ejemplo la que dijo ese día: “¿Tu crees que a El Marinero le moleste si le pongo albahaca a la salsa? “ Yo se que sólo lo hacía para sacar conversación. “ Ay mamá, claro que no” respondí por él, Él se paró de la silla como empujado por un resorte y le dijo: “Yo adoro la albahaca señora Minuccia”. Y a mi mamá le brillaron los ojos por la alegría de saberse celebrada en su obra de arte mas preciada un buen plato de pasta sciutta, una carne a la pizzaiola y una ensalada de lechuga, tomate, pepino y cebolla.

Yo me cansé de llevar a mi casa a todos mis amigos, se que aunque ha pasado mucho tiempo todos recuerdan los platillos de la mejor cocinera del mundo, hay muchos testigos de esto ¿o no? También llevé a algunos apenas conocidos, como en este caso a El Marinero.

Era sábado y como a la una de la tarde llegará papá lo que aseguraba una mesa concurrida, animada y en familia. Luego me enteré de que para El Marinero, este sería unos de los mejores almuerzos de su vida.

Se acercaba el mediodía y mamá nos invitó a tomar café recién hecho, negro, fuerte y en tazas pequeñas de porcelana tan fina como un papel grueso, todo un rito familiar, nos sentamos en la mesa de la cocina, El Marinero y yo nos embriagábamos con el exquisito aroma del café y los de la comida que levitaban en el ambiente, cada quien soñó por un instante sus sueños.

“Marinero” terció mamá “¿Y de donde vienes?”
A mi nunca se me hubiera ocurrido hacer una pregunta tan terrenal. ¡Que sabiduría la de las madres!
- Ahora vengo navegando desde Chile, nací en Puerto Rico y soy cadete de la marina norteamericana.
- Que bien dijo mamá. ¿Y no te falta mucho para graduarte?
- No, este es el viaje previo a la graduación.
Aquí fui yo el que dijo Woaooo. ¡Que bien!
- Caracas es la última escala antes de llegar a mi casa después de mas de tres meses navegando. Mañana en la tarde zarpa el barco rumbo a la Escuela Naval de Maryland
Muy bien entonces esta noche te quedas a dormir en la habitación de mi hijo Mario que vive en otra ciudad y mañana te vas tranquilo al puerto.
- No podría aceptar eso señora Minuccia, de verdad que no puedo.
- ¿Pero porque no?
- Es que sería un gran abuso de mi parte, yo quedo contentísimo ya con el café que me estoy tomando con la estupenda compañía de ustedes, mas de esto sería un abuso, acepté venir a almorzar porque realmente necesitaba estar un rato tranquilo en alguna casa normal, sabe después de estar tanto tiempo fuera de casa uno puede llegar a necesitar estas cosas.
Pues entonces no se diga mas, dijo mamá ignorando todo lo que había dicho El Marinero, después del almuerzo preparo la habitación.

El Marinero me vió a mi como pidiendo ayuda y yo sonriendo me encogí de hombros.

El Marinero me preguntó si podía usar la batea, claro que si le respondí: “ aquí esta el Ace” Sacó el uniforme de su bolso y me quedé obnubilado al ver todas esas insignias doradas y las charreteras pegadas a la camisa, que tenía una gran mancha de café, las retiró y empezó a lavarla. Mi mamá salió de la cocina y lo vio en plena acción, “deja que la lave yo” dijo, él respondió, “ no por favor deje que yo lo haga. Bueno, si necesitas algo dímelo”. Y mientras él restregaba la camisa y también el pantalón, yo hablaba con él y le hacía preguntas a las que contestaba con paciencia y gentileza.

Llegó papá. El marinero soltó el pantalón y se secó las manos. La llegada de papá siempre era un motivo de celebración para nosotros, recuerdo con nostalgia que mi mamá cada vez que podía, nos llevaba a la puerta del edificio a esperarlo, lo veíamos aparecer por la esquina con su gran sonrisa, mostrándonos desde lejos la bolsa con los recortes de Savoy que nos había traído. Esta vez no habíamos salido a recibirlo, mamá estaba muy ocupada y yo también, así que al verlo en el patio me abalancé sobre él y le di un gran abrazo, como siempre hacía. Le presenté a El Marinero, allí entendí que los Pinto éramos unos grandes ofrecedores de mano, pues papá tuvo el mismo gesto que antes habíamos tenido mamá y yo, de ofrecer la mano franca y rápida. “Mucho gusto soy Ugo (sin hache), un placer, soy El Marinero” Filo presenciaba la presentación y dijo “El Marinero es un amigo de Miguel y hoy comerá con nosotros” sentenció.

Y eso hicimos, comimos rico, como siempre en mi casa, El Marinero se ahogaba en elogios, y mi papá contó la parte de la guerra que le gustaba contar, no la fea de horrores injusticias y muerte, sino la de cuando conducía la moto inglesa en Pretoria o en Johanesburgo llevando o buscando algo, o de los juegos de fútbol en el campo de concentración con sus compañeros los prisioneros contra los soldados ingleses que hacían mucha trampa.

Fue una tarde estupenda, cerramos el almuerzo con un cafecito, mamá recogió, yo la ayudé, papá se fue a la sala a hacer una de sus ricas siestas de televisión y El Marinero se dedico a terminar de blanquear su uniforme para dejarlo como la nieve de blanco, que luego tendió al sol secándose casi inmediatamente. Le dedicó mas de media hora para plancharlo, le sacó el filo a los pantalones, para luego con mucha delicadeza dedicarse a la camisa dejándola perfectamente alisada, mientras lo hacía me explicaba como se debía planchar una camisa para dejarla perfecta, instrucciones que capitalicé y que pongo en práctica aún hoy día.

Papá salió de su sopor, se enjuagó la cara con agua fría y nos invitó a comprar su pan especial, para luego tomar un helado, así que fuimos a Prado de María a la antigua panadería de sus amigos italianos que hacían un pan perfumado y muy tostadito que nos duraba toda una semana si estaba debidamente guardado en sacos de papel de los de la harina. Este también era un rito familiar que siempre amé. Luego terminamos en el Crema Paraíso de Santa Mónica donde nos deleitamos con unos helados riquísimos, para luego volver a la casa.

El Marinero se sentó conmigo en la puerta del edificio, me dijo de manera grave que mañana domingo debía irse muy temprano pues debía presentarse a mas tardar a las ocho de la mañana en su barco, se notaba un poco emocionado, pues sentí que se le quebraba un poco la voz. “Nunca olvidaré este día” dijo “no tengo palabras para agradecer toda la espontaneidad y el cariño que tú y tu familia me brindaron”. “No hay que dar las gracias Marinero, para nosotros ha sido muy bonito poder tenerte en nuestra casa y que hayas sido un integrante mas de nuestra familia por un día”.

En la mañana todos nos levantamos muy temprano, y allí estaba el Marinero con su uniforme impecable luciendo todos los galones, se veía diferente, mayor y con autoridad, se despidió de mi mamá con un beso y un gran abrazo, agradeciéndole por el día tan bonito, se desearon lo mejor de lo mejor y se le aguaron los ojos a los dos. Se dio la vuelta, papá y yo nos alistamos para acompañarlo hasta la puerta, mamá no quiso salir, en la puerta saludó a papá dándole también las gracias y a mi me dio un abrazo, me dijo, se siempre una buena persona y al separarnos puso en mi mano un prendedor dorado de un barquito, me dijo esto significa que he aprobado mi curso de navegación, yo me quedé de piedra, noté que lo había quitado de su camisa para dármelo, le dije que no podía aceptarlo, que además se le descompletaba el uniforme, me dijo tómalo, yo puedo decir que se me perdió y me darán otro. Me dijo adiós y se fue caminando hacia el Nuevo Circo a tomar el bus a La Guaira, a lo lejos se despidió con la mano, al desaparecer de mi vista di rienda suelta a mi emoción, la despedida me había afectado mucho, me puse a llorar, mi papá me abrazó lo que me consoló inmediatamente.

Mamá subió a recoger el cuarto donde había dormido el marinero y encontró sobre la cama perfectamente hecha un sobre donde en un papel había escrito palabras de agradecimiento para todos nosotros, pero sobre todo para ella, que sin ninguna limitación puso todo lo que tenía a su orden y lo hizo sentir muy querido en una casa desconocida. Dentro el sobre había otro papel doblado, en el que había un billete de 100 dólares y decía no hay manera de agradecer lo todo el cariño que me dieron, por favor Sra. Minuccia, reciba este pequeño detalle como un presente con mucho cariño.

Mas nunca supimos nada del Marinero que vino del sur, nosotros recordamos por mucho tiempo a esa persona tan especial que con su aura de persona liviana se gano en unas pocas horas todo el cariño de nosotros.

Aún recuerdo cuando en mi gaveta me tropezaba con el barquito dorado, se agolpaban un montón de buenos recuerdos, y cuando jurungaba la gaveta de mi mamá, muchísimos años después, aún me encontraba el sobrecito amarillo por los años con los 100 dólares adentro que mamá guardó esperando alguna ocasión especial.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Navidad

No quiero despedir este año sin haber dejado en este abandonado “Peor es Nada” una señal de que aún andamos por aquí.

Todos los años pienso lo mismo: “Me encantaria vivir en una eterna navidad”. Y de alguna manera lo intento, tratando de mantener vivo su espíritu el mayor tiempo posible. A veces y aunque no me crean, (mis amigos lo pueden decir), cuando me encuentro alguien que aprecio, le deseo feliz navidad, aunque estemos en febrero, la fecha no es importante, lo que prevalece es esa intención de desearle a esa persona especial lo mejor y para mi lo mejor es eso mismo: La Navidad.

La Navidad es un sentimiento que está por encima de la religión, es algo que está intimamente ligado al ser humano y a su condición natural de ser feliz. En navidad somos mas emprendedores, nos quejamos menos, sonreimos mas, somos mas amables y menos egoistas, somos mas desinteresados y tenemos mejores ideas acerca de compartir y conservar, somos mas solidarios y caritativos y hasta somos capaces de pensar un poco en los demás. Todo esto nos hace mucho mejores personas.

Hoy me gustaría desearles a todos ustedes (los 3 lectores que deben quedar), que ese espiritu mágico de la navidad, permanezca mas tiempo entre nosotros, haciendo que seamos mas felices y mejores personas. Al final de eso se trata...

martes, 23 de diciembre de 2008

Que crezca la magia


Por muy objetivos que seamos, aunque no nos guste nada el capitalismo salvaje, por más ateos que nos sintamos, definitivamente no podemos negar que estas fechas son especiales.

La navidad trasciende a la religión y a los sistemas económicos, para convertirse en una manifestación puramente humana, los sentimientos mas sublimes afloran en la mayoría de la gente, se sonríe mientras se va caminando, pero no se sabe porqué, simplemente ocurre.

Se disfruta plenamente de la amistad como no se hace durante el año. Nos emocionamos con la visita de los suegros, que nos molestan los días normales del año, tanto que hasta somos capaces de preparar algo realmente especial para ellos, sin que este gesto nos haga sentir imbéciles e hipócritas.

Somos capaces de desprendernos de cosas que creíamos nos pertenecerían toda la vida y lo hacemos para que otro sea feliz, porque de eso se trata, de compartir la alegría de vivir.

Amamos la vida, amamos a la familia, a los amigos, a los vecinos, y hasta somos capaces de acariciar al perro de uno de ellos, el mismo que odiamos todo el año.

No nos podemos negar a la influencia encantadora que tienen en nosotros la navidad que nos hace mejores personas por tiempo limitado.

Mi deseo en esta oportunidad es que este estado especial de la navidad sea menos temporal, que un poco de este espíritu mágico se cuele dentro de nosotros y permanezca allí, permitiéndonos ser mejores por mas tiempo del año, estoy seguro que eso nos traería mucha mas felicidad a todos los que compartimos este pequeño globo azul.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Eduardo Mendoza, un gran escritor

“Impedido por su defecto físico de trabar amistad con los que habían sido sus compañeros de estudios, vivía en una soledad casi absoluta, Lo único que tenía en este mundo era Paris. Al llegar huidos de Barcelona su madre y él, Paris le había parecido una ciudad hostil y sus habitantes poco menos que fieras salvajes. Luego sin proponérselo se había habituado gradualmente a todo y había acabado amando con locura, con verdadera pasión aquella ciudad. Ahora toda su dicha era Paris, pasear por las calles, sentarse en las plazas, deambular por los barrios y los jardines, mirar la gente, la luz, las casas y el río. A veces en el transcurso de uno de estos paseos se detenía de pronto sin saber por qué motivo en una esquina y miraba a su alrededor como si viera a todo aquello, que conocía palmo a palmo, por primera vez; entonces le embargaba una emoción tan intensa que no podía impedir que las lágrimas acudieran a sus ojos. Si llovía cerraba el paraguas para dejarse calar por la lluvia de Paris. Entonces su imagen anónima y contrahecha, sacudida por el llanto y empapada por la lluvia en una esquina partía el alma de los transeúntes, que ignoraban que en realidad lloraba de felicidad”.

Si alguien que lea esto no se emociona, es porqué tiene la sangre de horchata, este texto es una muestra de la maravilla que algunos son capaces de escribir, es poesía y sentimiento profundo, escrito de una manera tan cautivadora que es imposible no quedar prendado con su lectura. Si yo fuera escritor me gustaría escribir así, sencillo pero intenso, con pasión pero diáfano, bonito y profundo. Hablo de un libro, que está lleno de parajes similares al trascrito mas arriba, y aunque es una novela, es muy emocionante e invita a la comparación con la realidad, pues que mas es la vida, sino una novela.

Lo extraño es que este libro no lo compró nadie en casa, simplemente apareció de la nada en la biblioteca, junto a los nuestros, desde hace tiempo se empeñaba en mostrarse, como si tuviera vida propia vibraba llamando la atención, se ponía delante de mis ojos invitándome a leerlo, varias veces lo hojee, intentando buscar algo que me atrapara, pero siempre que lo hacía, me encontraba leyendo algún libro o tenía algún otro en mente para empezar a leerlo. Así que su lectura se pospuso hasta hace algunos días, donde nuevamente se dejó ver en el entrepaño, al lado de los otros libros con las carátulas mas llamativas.

Este es un libro muy especial, que desde su misma primera página, logró absorber mi total atención, atrapándome en su historia riquísima y envolvente, estoy tan emocionado con su lectura, que lo hago lento, como si me estuviera bebiendo un buen vino y me encontrara en la concentración que requiere una cata perfecta, descubriendo la madera y el cuero, el caramelo y el amizcle, la menta y el musgo en sus letras, es que no quiero que se termine y vaya yo a quedar con ganas de mas.

En mi trabajo me relaciono a diario con compañeros y usuarios en España e Italia principalmente, y como termina ocurriendo, cuando se dan las condiciones, después de hablar de trabajo, terminamos hablando de cualquier cosa. El otro día, no tenía porque ser diferente, y después de un ¿Qué tal el clima en Holanda? Y de proferir yo todas las maldiciones pertinentes, pues al hablar del clima holandés, siempre salen a relucir improperios y malas palabras, Jordi y yo entablamos una conversación animadísima y de nivel, donde mezclábamos cotilleo y temas edificantes, así que nos contamos particularidades de nuestras familias, hablamos de política, de economía, de nuestro ambiente de trabajo, todos se parecen un poco, no importa en que país estés, luego que si el Windows Vista y todo aquello de Troyanos y Gusanos, la fotografía digital y terminamos hablando de hobbies.

Así me contó que a el le gusta la música mucho, hace recopilaciones, remasterizaciones, depuraciones de discos de acetato y un montón de cosas interesantísimas. Amigo Emilio, intervine, ahora yo tengo tan poco tiempo que he tenido que olvidarme casi totalmente de mis actividades lúdicas, el poco tiempo tengo lo uso para leer, cosa que ha hecho que haya aumentado mi media de libros leídos por espacio de tiempo, ahora por ejemplo, me estoy leyendo un libro increíble que me tiene embobado, imagínate que no quisiera ni terminar de leerlo, me gusta tanto que quisiera que fuera como una historia sin fin, y que pudiera estar leyéndolo siempre. ¿Y que libro será ese que te tiene así? Preguntó curioso. Imagínate Jordi que lo escribió un paisano tuyo, barcelonés, el libro se llama La Ciudad de los Prodigios. Si claro, interrumpió es Eduardo Mendoza, con tono casi familiar. Intervine para decirle que su calidad como escritor, ha hecho que se gane mi admiración, apreciaba su arte y su gran sensibilidad. Lo conozco, lo conozco, dijo atropellándome un poco con sus palabras. Me imagino, en Barcelona, es mas en toda Cataluña debe ser muy famoso, todos leerán sus libros. No, me dijo riendo, lo conozco porque es vecino mío, vivimos cerca, es mas hemos tomado café juntos en un sitio muy agradable cerca del vecindario, a veces coincido con el en el tren. Yo no lo podía creer, me parecía una cosa tan increíble que Jordi, tuviera contacto con Eduardo Mendoza. Jordi, cuando lo veas de nuevo, por favor hazle saber de la admiración y el respeto de un Venezolano en Holanda.

Pasaron unos días y sin ton ni son, Jordi me hizo una llamada a mi celular, no pude responder la llamada, y me dejó un mensaje que me llenó de emoción, decía así: El otro día me tomé un café con Eduardo y recordé lo que me pediste, le dije en Holanda hay un amigo Venezolano que me pidió que si algún día te veía, te trasmitiera su admiración y el quedó muy complacido, así como me imagino que habrás quedado tú. Un abrazo.

domingo, 26 de octubre de 2008

La niña bonita

Recuerdo que no fue fácil, a veces esas cosas parecen ser inalcanzables, pero yo nací enmantillado, soy perseverante y tengo labia, así que después de muchos intentos y de usar distintos artilugios de conquista, haciendo uso de un esfuerzo titánico, lean y observen lo que logré.

En aquellos no tan lejanos años setenta, los muchachos de la esquina de Santa Rosalía, en el Centro de Caracas, teníamos como actividad lúdica y cultural, un grupo de lectura, era la década de los hippies, y se estilaban este tipo de cosas, saben amor, paz y cultura.

Los artífices de este grupo fueron mis queridos y admirados amigos: Nelsón Boscán, que ahora es un muy reconocido artista plástico, Eduardo Graterol, ahora médico anestesiólogo y Juan Bautista Borrelli, Abogado y profesor universitario, eran los mayores del grupo y nosotros, que éramos un poco más jóvenes que ellos, los seguíamos e imitábamos por el buen ejemplo que ellos nos daban.

La dinámica del grupo era más o menos así: Ellos, los grandes, durante la semana preparaban el material que les resultase interesante y apropiado, luego, el sábado lo leíamos y discutíamos todos juntos, esto lo hacíamos en un salón que nos prestaba el Colegio Parroquial Santa Rosalía, donde algunos de nosotros habíamos sido alumnos. Nos asomábamos a temas variados, así hablábamos de filosofía, religión, ciencia, arte, literatura, poesía, política y a veces hasta nos adentrábamos en las profundidades filosóficas de Mafalda.

Esta era una manera perfecta de aprovechar dos horas de las mañanas ociosas de los sábados, yo particularmente capitalicé estas reuniones de manera importante, pues aún conservo en mi memoria algunas de las cosas que se discutieron en ese recinto de sabiduría juvenil. Ya desde aquel momento aprendimos que la mejor manera de aprender y divertirse era leyendo.

A los meses, esta actividad grupal traspasó los límites del Colegio Santa Rosalía, apareció gente que se mostró interesada en participar y que terminaron inscribiéndose. Bueno, esto no quiere decir que se hacían filas de gente, ya que este precisamente, no es el tipo de actividad que aglutina a muchos, pero al menos, en aquel momento ingresaron cinco o seis personas mas.

Estos nuevos participantes le dieron una atmósfera diferente a las reuniones, gente fresca e interesante que nos hizo sentir un repentino crecimiento de la familia cultural. Ahora siendo bien honesto, los nuevos que llegaron no me afectaron en lo mas mínimo, si no fuera, porque entre ellos apareció alguien muy especial, que desde el primer instante, me robó toda la atención, no lo puedo negar, Patricia fue la verdadera razón para que las cosas se pusieron realmente interesantes.

Patricia se convirtió en un dolor de cabeza para todos, ninguno de los muchachos del grupo le podía ser indiferente, no hacían más que verla a ella y babearse, incluyendo a los mentores y por supuesto yo el primero.

Es que Patricia era bonita, flaquita, catirita, con los ojos azulitos, estaba siempre de punta en blanco, elegante como solo ella sabía ser, siempre maquillada, combinaba zapatos y cartera que contrastaban de manera calculada con el resto de su estupenda vestimenta, imagínense que hasta usaba lentes de sol, era todo un derroche de clase y glamour. Patricia era dueña de un cuerpecito tan extraordinario, que cuando se ponía de perfil, yo, sin querer ser descarado, fijaba la vista allí, precisamente en el objeto del deseo, ustedes saben a lo que me refiero ¿no? E inmediatamente era preso de una ansiedad casi incontrolable, que me producía un erizamiento primitivo en los bellos de mis brazos, unos escalofríos que hacía que me estremeciera, al rato se me pasaba pero se repetía nuevamente cada vez que Patricia se ponía de lado.

Cada sábado era una aventura, a la que acudía con gran entusiasmo, no voy a negar que durante un tiempo la lectura y el conocimiento fueron mi principal motivación para asistir cada sábado, pero Patricia pasó a liderar las razones de la gran alegría que me producía el acudir al rito de la exaltación del romance. Y no era para menos, pues estaba en la edad, se imaginan el gran trabajo que tenía que realizar para contener a ese montón de hormonas luchando por desbocarse.

Claro, al final se me metió la idea entre ceja y ceja y al poco tiempo ya había preparado un plan concebido fríamente para conquistarla. Entre la estrategia, por ejemplo, recuerdo que nunca entraba al salón primero que ella, así al descuido, como si fuera fruto de la casualidad, me la encontraba afuera y esa era la mejor excusa para entrar juntos y sentarme cerca de ella.

Una de las actividades principales del grupo, era la participación activa al momento de leer. Así que a cada uno de nosotros nos tocaba hacerlo y cuando era mi turno, para llamar la atención y hacerme notar, en vez de leer normalmente, lo hacía imprimiéndole gran pasión y gesticulación a la lectura, declamaba en vez de leer, logrando atrapar la atención de los asistentes, incluida la niña bonita, quien era la que realmente me interesaba.

A veces Patricia me resultaba un poco inalcanzable, la veía como una cortesana extranjera, que había llegado para inquietarme y lograba su objetivo con mucha facilidad, aunque en el buen sentido de la palabra, yo disfrutaba inquietándome.

Aunque casi siempre me sentaba alrededor de ella, me costaba un montón acercármele, tal vez era el temor a perderlo todo antes de tenerlo o al menos de perder la oportunidad de tenerlo, no quería que se me vieran las intenciones tan pronto.

Parte del plan que había en mi mente retorcida, era mostrarme un poco inofensivo, para ganarme su confianza y así lo hice. Como todo un delincuente de la peor calaña, oculté mis verdaderas intenciones de conquistarla, y con paciencia mineral, seguí el cortejo simulado y poco a poco logré atraparla en un juego de estrategia militar, donde yo iba conquistando el objetivo final, a través del triunfo en las batallas pequeñas. Sábado a sábado, me presentaba con regalos sin valor económico, pero que eran capaces de generar un gran impacto emocional-hormonal. Le daba estos regalos como si fueran el fruto de la mas espontánea casualidad y como si nada, metía la mano en mi mapirito y… ay!!!… me encontré un Toronto, te lo regalo Patricia y ella quedaba prendada y con los ojos brillantes de tanta emoción, igual hacía con un cambur, una galleta Susy, un llavero con el símbolo de la paz, una pulserita de cuero, un caramelo de maní.

El plan empezó a funcionar, empecé a ganar su atención y su simpatía, era evidente que prefería estar conmigo que con cualquiera de los otros zagaletones que compartían las lecturas con nosotros, esto me resultaba muy emocionante y agudizaba mi estímulo por la conquista.

Reconozco que por tratar de asegurarme tanto, casi se me pasa el conejo en el asador, así que decidí, analizando fríamente el riesgo a perderlo todo, lanzarme y finalmente invitarla al terminar nuestra sesión de crecimiento cultural a través de la lectura, a tomarnos una Colita Golden, en la intimidad de la mesita del rincón de la Lunchería El Marino, al frente de la iglesia. Sin darme cuenta incurrí en un gran error, que implicaba un gran riesgo, pues el nivel de Patricia, no concordaba en lo absoluto con lo rupestre del sitio a la que la había invitado, pero contra todo pronóstico, la bella damisela, se desprendió de su alcurnia principesca y entonó un sonoro “ay si, que chévere”. Así que la inalcanzable Patricia, se ponía al nivel de este simple mortal, aceptando su simple invitación. Cosas así de sencillas, pero menos ordinarias, repetimos juntos cada sábado, claro hasta que llegó el momento lógico y natural de tener nuestra primera cita formal.

Así que decidí invitarla a salir, pero no al terminar la sesión de “read and be happy”, sino luego, en la tarde. Una salida que implicara buscarla a su casa, y ella aceptó contenta. Era posible que ocurriera algo, si las cosas seguían así, pensaba yo. La aceptación de la invitación desencadenó una verdadera brain storming unilateral, pues todas mis neuronas se pusieron a trabajar de inmediato en la planificación de lo que haríamos y a donde la llevaría, para impactarla de manera radical y determinante y dar la estocada final en mi intención de conquistarla definitivamente para mi.

En mi mente hiper-activada por las hormonas de mis 18 años, las ideas se generaban a gran velocidad, produciéndome un poco de intranquilidad, pero después de un rato ya tenía el plan perfecto. Así que le pedí a mi mamá aquella botella de Champaña Brut, que reposaba en el fondo de la vitrina, esperando una ocasión perfecta que justificara regodearse en sus burbujas, la puse en la nevera, para que estuviera lista a tiempo. Le pedí también dos copas de las buenas, las de cristal de roca, que sonaban como campanas. Las lavé con detenimiento y luego las pulí dejándolas listas para el encuentro del amor. La idea era tomárnosla en el mirador de la Cota Mil, sentados en el capó del Opel Rekord de mi papá.

El plan también incluía una visita a la fuente de soda del CADA de Los Chaguaramos, donde vendían las mejores hamburguesas de la época en Caracas, con unas papas fritas increíbles. Luego el cenit del romanticismo: ir al Crema Paraíso de Altamira y compartir un buen Banana Split con tres bolas de chocolate y terminar en la Boliteca de Bowling de la Florida. Mejor imposible

Quien sabe, soñaba yo, si después de todo este plan tan maravilloso, hasta fuera merecedor de un gran beso en la boca, eso sería el mejor broche de oro, para un día muy especial. La verdad es que pensar en esto me producía un amuñunamiento generalizado de todos los nervios del estómago.

Ese sábado en la mañana, ella estaba radiante, y yo en un estado máximo de imbecilidad absoluta, contemplándola, absorto, ausente y con una infinita cara de pendejo, la miraba descaradamente, ella me veía con el rabito del ojo y me medio sonreía con picardía. Indudablemente era el preludio de algo maravilloso que seguramente ocurriría mas tarde.

Ese día la lectura que nos ocupó era del libro El Arte de Amar de Eric From, yo pensé para mis adentros, que premonitorio, por Dios, pero al adentrarnos en la lectura descubrí que no tenía nada que ver con el estado romántico catatónico en el que me encontraba yo.

No se porque retengo tantos detalles de esta aventura de amor, recuerdo que ese día me puse mis mejores jeans Lee, que me encantaban, y la camisa verde oliva de los boys scouts italianos, que me había traído mi hermano de Italia, con sus emblemas y el slogan en el bolsillo “sempre presto”, mis US Keds y aunque era muy improbable que me los fuera a ver, me puse un interior nuevo, regalo de mi mamá, tenía estampadas unas hamburguesas que me parecían muy simpáticas.

La hora indicada, la 4 de la tarde, siempre he pensado que esa es la hora mas bonita del día, esa es la hora precisa en la que empieza el amor. El préstamo del Opel de papá ya estaba negociado, además el carro estaba lavado y perfumado, de punta en blanco. Así que yo bañadito, emperifollado, perfumado y con mi pelo largo al aire, me dispuse a mi viaje al encuentro con el amor.

Salí con suficiente tiempo, había llovido y no quería arriesgarme a llegar tarde, iba despacio para no ensuciar mucho el carro, pues aunque ya había escampado, había llovido bastante y las calles estaban empapadas. Iba como un vencedor, sentía que tenía el mundo a mis pies, a veces el romance nos hace sentir grandes y poderosos y así me sentía yo en ese momento.

Siguiendo la ruta preconcebida, iba rodando por la Av. Libertador, para llegarle a través de la Av. Los Jabillos, a la Av. Andrés Bello, por los lados de la Chiquinquirá, para desde allí rodar las escasas dos cuadras que me faltaban para llegar a donde ella me esperaría.

Rodaba lento, quería, desde la distancia regodearme con su figura y empezar a analizar sus reacciones, posición y desplazamientos. Allí estaba, en el portal del edificio, y se veía muy pendiente, pues apenas me vio, se sonrió ampliamente y se empezó a desplazar al borde de la acera, estaba increíble, tenía unos pantalones blancos, de tela de sábana que dejaban ver a través de su ligera transparencia, la ropa interior, lo que resultaba ser una imagen muy interesante y porque no decirlo, muy estimulante. Lo recuerdo todo muy claro. Llevaba una camisa anaranjada, tipo hindú, que le daba una apariencia casual, llevaba el pelo suelto y unos lentes Rayban que le daban un aspecto de estrella de Hollywood.

Como en cámara lenta y en perfecta sincronía nos acercábamos los dos a un punto intermedio, donde en un instante convergeríamos, la percibí como una bella y elegante gacela, sorteando con gracia los charquitos que había dejado la lluvia, teniendo mucho cuidado de no ensuciarse ni sus zapatos ni su pantalón.

Yo me sentía en el Paraíso, estaba seguro de que nada podía opacar la intensidad del momento. Pero en un solo instante, esta película de amor, se convirtiera en un cuento de terror inimaginable, pues al llegar, vi como de la nada, mi adorada Patricia, la niña bonita, quedaba absolutamente bañada por el agua marrón y nauseabunda, del charco que había en el borde la calle y que yo mismo había pisado con la rueda de carro.

Y aún como en cámara lenta, observé con cara de asombro, como ella se veía a si misma de arriba abajo, apreciando su deplorable estado, sin darse tiempo para nada, me vio con la peor cara de odio asesino que había visto en toda mi vida, se dio la vuelta y se fue sin despedirse. ¿Me creerían si les digo que mas nunca en mi vida volví a ver a Patricia, la niña bonita?

jueves, 18 de septiembre de 2008

Mi bicicleta


Hay holandeses que aman a sus bicicletas hasta con pasión, para ellos la bicicleta es como una extensión de su propia humanidad, las cuidan, las engrasan, las limpian y las mantienen, algunos a veces hasta llegan furtivamente a acariciarlas. Muchos holandeses podrían, haciendo una analogía a la bis conversa de aquella famosa frase, decir: Debajo de mi sombrero, yo. Y debajo de mí, mi bicicleta, que aunque suena raro es cierto.

Yo como me encuentro en el proceso permanente de integrarme, en todos los sentidos a la cultura holandesa, puedo decir sin temor a exagerar mis sentimientos, cosa que en mi es casi natural, que quiero a mi bicicleta, aunque no con pasión holandesa, yo sólo le tengo un poco de cariño, saben, es que eso de estar queriendo a una cosa con ruedas y manubrio me parece un poco raro. Aún así, ella siempre está al pié del cañón, me transporta todos los días, desde mi casa a la estación de tren y claro, hace lo mismo en sentido contrario, si no, no tendría sentido.

Pero es que mi bicicleta es muy especial, es bien fea, es vieja, viejita, peo eso si, sólida como un tractor, es algo parecido a un tanque de guerra, pero con pedales, tiene apariencia de que está construida con desechos de barcos holandeses de la II guerra mundial, eso es lo que la hace tan dura. Para que se hagan una idea, imagínense el tipo de bicicleta es, que se frena dándole a los pedales hacia atrás, esto es absolutamente primitivo, pero funcional cuando uno se acostumbra. Eso si, aunque tenga mas años que el pan, rueda suavecito, como si la hubiera comprado ayer. Ahh y además es grande, que grande, ¡Es enorme¡ Imagínense si es grande que no es rin 28, sino rin 28 y pico largo, que ya es decir, como dijo Platón: “Barco grande, ande o no ande”, aunque este aún anda y anda bien. Eso si, hay que reconocer que tiene algo bonito, y es su gran manubrio cromado y gigantesco, con el que se maneja tan cómodamente que parece que se estuviera conduciendo un Cadillac Eldorado del año 1956.


Tengo que aceptar, que esta cosa con pedales, tiene un noseque, un encanto especial, es algo indescriptible, es algo místico, a mi, esta bici me parece que hubiera sido ideal para haber transportado a Mahatma Ghandi en su gesta de independencia y paz. Yo particularmente, cuando la manejo me siento muy bien.

Es una Oma Fiets o sea en cristiano, “bicicleta de la abuela”, así se llama este tipo especial de bicicletas, que desde hace un montón de años que existen, aún se fabrican y se venden muchísimo, la marca en particular de esta es Unión, muy antigua y reconocida, es Made in Holland, como los quesos, los tulipanes, los molinos, las vacas y las ranas.

Un detalle interesante, es que no tiene color definido, es una mezcla de negro con amarillo pollito, pero atigrado, este es un truco que generalmente usan los estudiantes, camuflar las bicicletas pintándolas aldescuido, para que no llamen mucho la atención y así minimizar las posibilidades de ser víctimas de los ladrones de bicis, que los hay y muchos.


Pero lo mas interesante de mi bicicleta es que tiene un cuento, si en serio, bueno eso fue lo me dijo el que me la vendió, que es un cocinero amigo mío que trabajaba en el restaurante, que además me la trajo expresamente desde Ámsterdam, no, no manejándola ¡Claro!, sino en tren. Él me contó que se la había comprado a un amigo suyo ingeniero, y que la había usado durante toda la carrera, para ir y venir de la universidad y claro, también para desplazarse a las juergas y todas esas cosas buenísimas y divertidas, que hicimos todos nosotros cuando estudiábamos en la universidad, fácilmente pudiera decir este amigo ingeniero, ¿Qué sería de mi si esta bicicleta hablara?

Pero el cuento no termina allí, si, pues resulta que él no fue el que la compró, sino que la bicicleta fue primero de su abuela, que se la regalo a él, después de usarla a discreción, un montón de años, claro y aquí es donde ya el cuento ya toma dimensiones históricas, pues si saco la cuenta, es posible que por la medida chiquita el vehículo bicíclico en cuestión, pueda llegar a tener más de 50 años. O sea que edad, personalidad y kilómetros rodados si tiene mi bicicleta.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Que bien te ves hijo mío

Yo estoy seguro que de que aquellos siete simpáticos, gentiles y asiduos lectores que tenía hace un tiempo atrás, ya se habrán olvidado de este Peor es nada, claro, es normal, no hay de que extrañarse, pues este blog se ha vuelto como la canción aquella: “Un periódico de ayer”. O sea, No News / No Life, como diría un comunicador por allí.

Empecé a exigirme mucho, y todo empezó a cambiar de sentido, lo que se inició siendo una actividad lúdica, poco a poco terminó convirtiéndose en un compromiso, no he sabido mantener el blog como algo divertido, que me permitiera seguir escribiendo sin que fuera una obligación agobiante.

A mi me encanta el verbo bloquear, el problema es que es un verbo que involucra diversas acciones, donde escribir, forma parte de un conjunto integrado por la lectura, el seguimiento y el comentar en otros blogs, todo eso exige tiempo y dedicación y a mi ahora me escasea lo primero, para no dejarme hacer lo segundo.

Bueno, no les prometo nada, pero haré mi mejor intento, para que, sin las pretensiones que me separaron temporalmente de este mundo, intente reconquistarlo, estoy seguro de que será divertido.


Blogging again

Muy bien podría este blog llamarse “Sin tren no hay cuento” o Aventuras en el Chuchu, aunque pensándolo bien, el nombre que ya tiene, ahora mas que nunca, adquiere su real significado, pues con lo poco que he venido escribiendo en los últimos tiempos, y el abandono en el que lo he tenido, bien podría ser peor, nada.

No es que mi vida se centre en ese medio de transporte, que dicho sea de paso ha perdido mucho del romanticismo que lo envolvía, lo que pasa es que la mayoría de las cosas simpáticas que me ocurren, suceden aquí, en el caballo de hierro. Yo concluyo que en el tren se goza un montón.

Baarn es una ciudad muy bonita, que me encanta, en la catalogación personal que hago de ella, puedo decir que aquí ingresa al tren, la gente mas bonita de todo el trayecto, posiblemente, alguna vez se enteren de porque digo esto, pues el tema da material para otro post.

El caso es que hace unos días, en esta estación, que además queda muy cerca de mi ciudad, en el tren se montó un señor muy mayor, me llamó la atención lo impecablemente vestido que andaba, no hago este comentario como algo frívolo, sino que me cautivó lo bien arregladito que iba, parecía un Dandy, elegante, alegre y con cancha, con sombrero Borsalino y pajarita, camisa blanca impecable y colonia de gente, en su mano un ramo de flores, que además llevaba con un orgullo que debe ser mencionado.

El asiento a mi lado estaba libre, con calma, se acercó. Se quitó el sombrero, me miró y mientras se disponía a sentarse, me dio una gran sonrisa, como si lo que iba a hacer fuera algo muy divertido, ese gesto amplio, hizo que se me alegrara la mañana, esa alegría y plenitud contagiosa del señor, era una cosa increíble. Me saludo con cortesía y le devolví el saludo como correspondía a su amabilidad.

El tren empezó a desplazarse suavemente por sus rieles paralelos, que convergen en el infinito, me sumergí entre la lectura y los planes, cavilando y enlazando ideas, absorto viendo la lluvia afuera, en eso empiezo a sentir un peso apoyándose con suavidad en mi hombro, yo ya me imaginaba lo que estaba ocurriendo, y para comprobarlo giré con mucho cuidado la cabeza, para no perturbar al anciano, quien delicadamente, como pidiendo permiso, acunó su cabeza en la clavícula dura y poco gentil de mi hombro izquierdo.

Se mantuvo así por un buen rato, a lo largo del trayecto, varias veces se reacomodó, claro, es que tener el huesito ese clavado en la sien, no creo que haya sido muy confortable, pero por la expresión de paz en su rostro, seguro que el señor disfrutaba su sueño, como si estuviera en la mejor cama del mundo, y a mi me daba placer saber que de alguna manera yo era punto de apoyo y garantía de ese reposo.

No lo puedo negar, yo tengo una debilidad especial por las personas mayores, me inspiran mucha ternura, para mi velar ese sueñito, me hacía sentir como el mejor de los boy scout, realizando mi buena acción del día.

Acercándonos a la estación de Hilversum, el tren se balanceó hacia los lados, despertando al señor, quien se reincorporó de su cómoda posición un poco sobresaltado y sorprendido, me imagino, de verse usándome de almohada; enjugándose los ojos dijo: Pardon menier, con su ya característica gran sonrisa, yo le hice saber que no importaba, hizo un gesto de aprobación, ajustó el ramito de flores en el centro de sus dos manos, me miró nuevamente y volvió a brindarme esa sonrisa mezclada con orgullo, haciendo que inmediatamente me imaginara a la estupenda persona que recibiría el bouquet, para mis adentros me decía, “ciertamente la alegría del regalo es del que lo da”, la satisfacción de este señor, me demostraba una vez mas, lo intensamente feliz que se puede ser con las cosas mas sencillas.

Unos se apearon del vagón y otros tantos se movían dentro buscando la mejor ubicación, el tren arrancó y mi amigo, sin pedir permiso y diría yo, hasta con un poco de desparpajo, apoyó nuevamente su cabeza en su almohada metafórica, con gran confort y casi inmediatamente se durmió otra vez. Se dejaba ver muy relajado y yo la verdad, no me atrevía ni a respirar duro, me sentía comprometido a impedir que su sueño fuera turbado.

Cerca de la estación de Ámsterdam Muidenport. A escasos kilómetros, para no decir metros y sonar exagerado, el señor, como si hubiera sido avisado por la alarma de un GPS escondido, se despertó con tranquilidad, miró a un lado y al ver al otro, me vio a mi y me regaló nuevamente su gran sonrisa.

Al detenerse el tren, el señor se paró en el pasillo del vagón, se arreglo la pajarita de lunares, se inclinó un poco para tener mejor visual hacia la estación, buscando a alguien, su emoción fue desbordante al descubrir que allí estaba ese ser tan maravilloso, que tantas ganas tenía de ver, no pude evitar seguirlo con mi mirada, y descubrir a quien lo esperaba, me emocioné mucho al ver que había un joven como de 30 años, vestido de militar, que caminó hacía él con los brazos extendidos, listo para darle un gran saludo, justo al frente de mi ventana, se juntaron en un abrazo intenso e irrepetible, se separaron para reconocerse un poco, el joven tenía los ojos rojos por el esfuerzo de evitar llorar y el señor, como todo un caballero fuerte y valiente simplemente le dijo: ¡Que bien te ves hijo mío!

miércoles, 21 de mayo de 2008

Estamos muy felices


Quisiéramos que nuestros muchachos no crecieran, claro, es por simple egoísmo, pues tememos que al ir ellos creciendo, se irán separando de nosotros, y eso nos rompe el corazón, desearíamos tenerlos siempre rondándonos a nuestro alrededor, pero también entendemos que esto no es posible.

Lo anterior es una sola parte de la realidad, la más triste, pues es más grande la emoción y las grandes satisfacciones que nos da el verlos crecer. Con gran alegría y orgullo nos convertirnos en espectadores y testigos del reto que representa para ellos, ese permanente “romper el cascarón”, y vivir con valentía y buena actitud, la vida que les toca, recordándonos a boca de jarro, que no existe la menor duda de que la vida es bella.

Es emocionante ver casi embriagados de celebración, que las cosas se han hecho bien, que nuestros muchachos, han crecido siendo personas de bien, forjados en el respeto, el don de gente, la alegría por la vida y el amor por los demás, a pesar de lo duro que haya podido ser el camino, lo han logrado y se han erigido, indiscutiblemente como personas de excepción. Ahora ya están listos para emprender las siguientes etapas del sendero de la vida.

Mauricio es ejemplo de todo esto y mucho más, él es carismático, de personalidad magnética y feliz por definición, como me gusta la gente a mi, Mauricio es de los que siempre va brindando la mas amplia sonrisa, lo que le hace ganar de inmediato, las simpatías de todos los que tienen la suerte de conocerlo, él es de sangre liviana, sabe disfrutar de la vida sin ser frívolo, como debe ser. No lo puedo negar, yo estoy muy orgulloso de Mauricio, mi gran sobrino, que siempre nos alegra a todos con su chispa, su elocuencia y su pasión por la vida.

Yo nunca le había encontrado tanto sentido a esa frase tan antigua y trillada, “es que ellos están hechos el uno para el otro”. Pero es que en este caso, no hay palabras más apropiadas para definir a la mejor pareja del mundo, si, son Mauricio y Nathalie, para ellos es natural estar juntos, son dos almas gemelas que se encontraron, están fundidos en un profundo sentimiento bonito y fuerte, sus sonrisas simultaneas, son profundamente inspiradoras y el gran amor que los une, se nota claramente en los intensos destellos brillantes de sus ojos, los dos juntos son un himno al amor, que nos recuerda permanentemente lo felices que se puede llegar a ser, cuando se logra compartir la vida con la persona justa.

Los que estamos cerca de Mauricio y Nathalie, estamos de gran celebración, pues ellos, como es natural cuando el amor prevalece, han decidido unir sus vidas para siempre y esto es motivo de gran alegría, es lo justo cuando dos personas están unidas en la alegría de la vida, en el compartir diario, en los proyectos de futuro, y en el amor, yo estoy segurísimo de que se les va a hacer muy fácil la vida en común.

Yo, con 20 años de experiencia, me tomaré la libertad, que me da sentirme el tío más tío del mundo y desearles, que nunca olviden, cumplir los tres mandamientos mágicos de un matrimonio feliz y duradero: Amor, Respeto y Tolerancia.

Y les repetiré a ustedes, las bellísimas palabras que me dijo mi mami, tu nonna Minucia, el día de mi matrimonio:

Siate sempre cosi felici, come nel giorno delle vostre nozze.

martes, 15 de abril de 2008

¡Corre que te deja!


Lo que vi hoy, me hizo recordar la profundidad filosófica de las palabras de un gran amigo mío, versado en la materia, y quien cada vez que la situación lo amerita, dice la célebre frase: "La prisa es de plebeyos", suena racional, pero esto no se cumple en las estaciones de tren de Holanda, pues a la hora necesitar correr, hay una verdadera democracia y lo hacen sin distinción de clases ni condiciones, hasta los que se consideran muy patricios.

¡Claro! es que eso de perder un tren, puede convertirse en un gran dolor de cabeza, pues posiblemente implique, además del retraso, la espera y la incomodidad, otros problemas más.

Ahora, apartando todos los intríngulis que se asocian a cada persona, de encontrarse en la necesidad de correr para no perder el tren; se me hace muy interesante, ver como lo hacen, e intentar clasificarlos por su manera de correr. Esto traté de hacer hoy, pues en el andén donde yo estaba, llegó un tren con retraso y casi todos los pasajeros al bajarse, salieron corriendo despepitados, para no perder sus conexiones o para evitar llegar tarde a sus compromisos.

Y así mirando con detenimiento, aprecié que sobresalían los del tipo atlético, que por su porte y manera casi profesional de correr, van como gacelas, en una carrera particular de evasión de obstáculos, sin tropezar con nadie y que, luego al coronar la meta, se sacuden un poco la cabeza, la echan hacia atrás y entran al tren como si nada, fresquecitos como una lechuga.

También están los que hacen cualquier cosa por verse bien son los "fashion slaves", estos intentan correr, pero al verse impedidos de poder hacerlo cómodamente, terminan quitándose los tacones, subiéndose el vestido, soltándose el pelo, quitándose el sostén, botando las plumas o alguna cosa parecida, provocando inmediatamente la perdida de todo el glamour que tanto le había costado alcanzar y que luego al llegar, intentan recuperarlo todo en la puerta del vagón, justo antes de entrar.

Y dígame los torpes y aparatosos, estos son una verdadera amenaza, en su desplazamiento veloz y trepidante van llevándose todo por delante, incluyendo personas, maletas, perros, policías y columnas y como consecuencia, van dejando tras de si una estela de gente golpeada, un montón de sorry, pardon y shit.

Y donde dejamos a los macilentos y entrados en carnes, que desplazan sus masas angustiosamente, pareciendo estar al borde del infarto, pero que nunca les pasa nada, corren veinticinco metros y llegan jadeando y sudando copiosamente al tren, como si hubieran corrido el Iron Man entero.

También se aprecian los cargados y poco prácticos, que pareciera que se están mudando todos los días, van con una maleta, un laptop, unos libros, un piano de cola y en el meñique de la mano izquierda llevan la merienda, que además se van comiendo. Definitivamente, estos quieren correr, no pueden hacerlo, pero ponen cara de que lo están haciendo, cuando se desplazan, pareciera que los paquetes los llevan a ellos, en vez de ellos a los paquetes.

Y ni se diga de la gente mayor, estos son de los mas simpáticos, pues quieren correr, hacen que va a correr, pero al final, como no pueden hacerlo, nos hacen creer que lo están haciendo, moviendo brazos y piernas con buena coordinación, pero desplazándose menos que si estuvieran caminando normalmente, eso si, ellos si que gozan un montón, pues creo que son a los que menos les importa perder el tren, su sabiduría los hace estar por encima de los demás.

También se dejan ver entre este maratón a través de los andenes a los desesperados, que corren con fruición y cara angustiada y descompuesta, moviendo impetuosamente todos los músculos de su cuerpo, incluyendo los de la cara y hasta los de las orejas, como si temieran que perder el tren, también los haría perder la vida.

Hay unos corredores que se me antojan muy curiosos, yo los he bautizado como los intermitentes, como que están apurados, pero no tanto como para salir corriendo como unos locos, entonces lo hacen corriendo tres pasos y caminando cinco, la verdad es que estos son muy divertidos, pero por ser tan tranquilos, a veces ni llegan.

En esta clasificación vi unos que me gustan mucho, son los enamorados, que corren sonrientes, van en pareja, agarraditos de la mano, destilando por los poros un amor contagioso, se desplazan gráciles y precisos, en una danza casi en cámara lenta y levitando, estos, si llegan a perder el tren no les importa en absoluto, pues se tienen el uno al otro y eso es lo único que importa.

Pero de todos estos, los que mejor corren, inclusive mejor que los del tipo atlético, son los jóvenes, esos si que son los campeones, corren rapidísimo, usando todo la potencia y el ímpetu, propio de la edad, no se equivocan, no se caen, no se tropiezan con nada, no jadean por mucho que corran y van dejando una estela inspiradora y estimulante de alegría por la vida, luego llegan a tiempo, contentos y llenos de energía como debe ser.

En mis observaciones de hoy aprendí, que a la hora de correr para no perder el tren, hay que tratar de ser todo lo jóvenes que nos sea posible, y estar lo más enamorados que podamos, para que corramos con estilo y siendo muy felices, no vaya a ser que un día, en plena carrera, nos tropecemos con un ocioso pendiente de nosotros para inspirarse y escribir un post como este.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Historia de un Ángel

Esta es una historia verdadera, que habla de amor, amistad y confianza.

A veces me he preguntado si el exilio y mi reciente ingreso al club de los adultos contemporáneos, hace que, como un buen borracho, exalte el valor de la amistad, pero siempre termino demostrándome que no es así, pues la amistad para mí siempre ha tenido un valor trascendental.

Recuerdo con frecuencia, aquel cumpleaños tan especial; el de mis 27 años, de esto hace precisamente veinticinco años, mi relación con mi amiga estaba en su cenit, vivíamos en una permanente sublimación romántica.

Unos cuantos días antes de ese 28 de julio, caminábamos ella y yo, por el Pasaje Zing. Para que negarlo, yo soy un eterno enamorado de la visión idealizada que tengo del Centro de Caracas, de esos rincones particulares, llenos de cuentos y anécdotas, que me recuerdan mi niñez. Pues así, de la nada y sin preámbulo me espetó: ¿Qué quieres para tu cumpleaños?

Me tomó de sorpresa, no me esperaba una pregunta tan directa. Estoy seguro de que ella se refería a un regalo material, tangible, como un par de botas Frazzani para subir a El Ávila, o un traje de baño chiquitico a la medida, de la famosa sastrería de Sabana Grande, donde el sastre gay te morboseaba al tomarte las medidas, o el lente ojo de pez que siempre había deseado para mi cámara Nikon, o un arpón Maresub pequeño, pero potente, o un juego de cauchos All Terrain de BF Goodrich para el Toyota, o un reloj Tudor de acero, o alguna nimiedad de esas ¡Que se yo!

Pero no, yo no quería nada de eso, yo sólo quería celebrarlo de manera sencilla, pero especial, sin regalos costosos, así que le plantee, que el gran regalo que yo deseaba, era poder pasar un rato entre amigos.

Ese año especial, mi cumpleaños cayó de jueves, después de una pequeña celebración en el trabajo, me esperaba una tortita en mi casa, mi mamá, mi papá, mi amiga, mi hermano y mis sobrinos. Al día siguiente, el viernes, cenamos en el restaurante La Cita de La Candelaria, la pasamos muy bien, comiendo opíparamente y bebiendo en abundancia. Yo estaba muy complacido con esta celebración, y para mi era más que suficiente.

El sábado, como hacía en todos mis cumpleaños, me encontré con mis amigos de Santa Rosalía, para compartir unas birras. Al regresar a mi casa, me encontré a mi mamá y a mi amiga conspirando, apenas llegué, me preguntó: ¿Qué te parece si nos vamos a la casa de Ronald Ulloa y nos pasamos un rato por allá? ¿Y porque no?

Me pareció un plan estupendo, la Casa de los Ulloa, es un sitio muy especial, casi mágico, allí siempre la pasábamos muy bien, aún recuerdo las tardes-noches-madrugadas de pasión ludópata, cuando nos entreteníamos jugando “Uno” allá, como unos verdaderos tahúres. Y ni se diga de esos fantásticos desayunos todos los primeros de enero.

Ronald es un amigo con los que provoca compartir, de buena conversación, divertido, culto y con fino uso de la ironía, un buen amigo de verdad. ¡Cuanta vaina echamos en la universidad!

Lo mas representativo de los Ulloa era el "viejo Ulloa", como le decimos por cariño; un eterno romántico de izquierda, de los auténticos convencidos, amante de la utopía de ver un mundo mejor. Y claro está, la estupenda Belkis, una gran anfitriona, que indudablemente hace las mejores hallacas del mundo. Esto lo puedo decir abiertamente, porque mi mamá nunca hizo hallacas, ella estaba muy ocupada haciendo panzarotti di sanguinaccio al ciocolato y turrón de almendras y caramelo.

En la casa de los Ulloa, nos recibió, el entrañable Dani Aquinin, con su sonrisa permanente, empeñado en mostrarle al mundo su recipe mágico: “Hay que ser feliz”, el solo hecho de estar a su lado, hacía brotar la alegría espontánea y autentica. Después de los abrazos y sonrisas de rigor, mi amiga entró a saludar a Belkis, como Ronald estaba tomando una ducha, me fui con Dani a comprar hielo. El camino que escogió me pareció raro, nunca pasábamos por el cementerio, pensé que era posible que fuera día de mercado. Dani, con su gran sonrisa y con tono de complicidad, me dijo, con Ronald estamos preparando una parrillita para celebrar tu cumpleaños, así que hazte el que no estás enterado, bueno tú sabes, los Ulloa, ustedes y nosotros, no es un gentío, pero a él le va a dar mucha alegría pensar que es una sorpresa, así que no digas nada; tranquilo. Le respondí, no se va a enterar que lo sabía.

Al llegar de vuelta, entramos a la casa, pasé por la cocina, saludé a Belkis y al Sr. Ulloa, me felicitaron por mi cumpleaños y me entretuve viendo la gran ensaladera, mucha yuca hirviendo, y un montón de canapés, se veía todo muy rico, pero sobretodo muy abundante, aunque a esas edades, la comida casi nunca es suficiente.

Dani me invitó a bajar a la terraza, desde la parte alta de la escalera vi a Ronald con mi amiga, al lado de la parrillera, al verme bajar, se acercaron hasta el pie de la escalera, me recibieron con una buena cerveza fría y me frenaron un poco, Ronald me abrazó, me felicitó, y me empezó a acercar a la parrillera, con una conversación que se me antojaba rara y poco natural, su charla y mi amiga, me obligaban a ponerle atención a ellos, impidiendo de manera velada, que viera hacia la parte techada del patio que quedaba a mis espaldas, trataron de mantenerme así, el mayor tempo posible, al final, cuando se dieron cuenta de que la situación se estaba forzando, se relajaron, me sentí libre para girarme y hacer ese reconocimiento espacial que ya se me estaba haciendo necesario.





“Isla de Oro”, Gino Carrer, corrígeme si no es ese el nombre de ese maravilloso club en Río Chico, donde se congregaba lo "novamás" del jet set caraqueño de aquellos años ochenta. Oligarquía, pura y dura. Muchos Mercedes, BMW, Rolex y Cartier, gruesas cadenas de oro, brillantes y piedras preciosas de varios quilates, ropa de diseño y otras tonterías de esas, que a nosotros no nos interesaban, esa era la época del despilfarro, del "está barato, dame dos". ¿Recuerdas? Todos los que vivimos eso, podemos decir, aunque no le guste al lumpen proletario, y duélale a quien le duela, que con los adecos se vivía mejor ¿o no?

Pero aún con toda esa gran frivolidad a nuestro alrededor, éramos inmunes a sus influencias, nos manteníamos incólumes, auténticos y andábamos a nuestro aire. ¡Y como nos divertíamos! La pasábamos realmente bien, Yolima y tú, Yosmar y yo, ciertamente fueron unos tiempos muy especiales, que difícilmente olvidaré. Cuantas veces amanecimos Yosmar y yo, contemplando el amanecer en la orilla de la playa, como unos verdaderos románticos, tomando café y portándonos como unos santos.

Que cálida y acogedora era esa casa, en Cangrejal Beach, así bautizaste a la urbanización donde se ubicaba el palacete. En todos sus rincones se dejaba ver claramente la mano de Dora, tu mami, mi gran amiga, de tertulias interesantes y profundas, Dora es una joven digna de ser envidiada, es un libro abierto, de quien aprendí muchas cosas, que uso en mi día a día. Esa casa fue testigo de muchas parrillas, momentos largos de alegrías plenas y vacaciones increíbles, de fines de semana playeros, de franela, bermudas y sandalias, sueños de éxitos por venir, de hijos por educar y vidas por disfrutar.

Y estábamos en lo cierto mi querido amigo Gino, o es que acaso, la vida no nos ha premiado con todo lo bueno que hemos vivido, con esas familias tan maravillosas que hemos logrado construir, a base de amor y esfuerzo, si es que somos mas ricos que un montón de gente, que por solo tener mucho dinero piensa que los son, nosotros somos unos verdaderos afortunados.

Recuerdo con mucha vivacidad, aquel día tan especial, en la piscina del Isla de Oro, estábamos derrochando físico, del atlético, del que aún conservamos, al menos los huesos, cuando me tropecé con aquel ángel maravilloso, que seguramente por modestia y para no impresionar tanto, había escondido sus alas, aquel ser tan extraordinario, bello por dentro y por fuera, con ojos melancólicos y sonrisa de querubín, que con su sola presencia, inundaba de emoción celestial a los que tenían la fortuna de estar cerca.

Yo no recuerdo muy bien como hice, ¿hipnosis tal vez? o la envolví, recitándole suavemente un tantra ancestral, de versos de luz y pasión, y así, ligeramente pero sin pausa, logré que se sentara a mi mesa, y compartiera relajadamente y con alegría, mis tragos, mis cuentos y mis intenciones descaradas de conquistarla, para robarme su presencia para toda la vida, yo sentía que lo iba logrando y me parecía increíble. Ella espontáneamente se quedó toda la tarde conmigo, conversamos largamente de nuestras vidas, yo no se que pensaba ella, pero yo tenía una sola idea fija, que hervía en mi mente sacrílega y pecadora, pues desear de esa manera a un ser divino, debe ser un gran pecado mortal, seguro que por eso, yo ardería por la eternidad en el infierno.

El tiempo se mostró despiadado y cruel, pasó rápido y llegó el momento de despedirnos. En mi mente unas preguntas se repetían, en un frenesí iterativo, calentando aún más mi cerebro. ¿Que podía hacer yo para que se repitiera ese momento? ¿Le tendría que vender barata mi alma al diablo? ¿Le interesaría ese negocio al demonio?

Enfrié un poco mi cabeza, la situación me lo exigía, saqué vigor de donde no lo tenía, y armado de una falsa fortaleza, mostré que podía conformarme con intentar tantear la posibilidad de vernos al día siguiente. “Si” me dijo sin pesarlo, su respuesta inmediata me dejó perplejo. ¿Quien lo iba a decir? Mañana, después de este turbulento día de emociones impetuosas, iba a tener otra oportunidad de descubrir, donde escondía sus alas la muchacha esta.





Con la naturalidad con la que un torero prepara un pase de pecho, después de varios naturales, giré suavemente, para apuntar mi capote imaginario a la izquierda, y al finalizar el lento desplazamiento, vi que allí no había un gran miura negro, que me estremeciera los nervios, apuntándome con sus pitones directo al espíritu ¡No¡ Pero sin embargo, me paralicé, mis músculos no respondían, las piernas me empezaron a trepidar casi descontroladamente, no era por temor que titubeaba, era por la gran emoción, mi cerebro no daba crédito a lo que veían mis ojos, me embargaba un tumulto de exaltaciones intensas e indescriptibles.

Me lo tomé con mas calma, cerré los ojos, respiré profundo y lentamente, empecé a observarlo todo con detalle, sin dejar de escrutar nada, como en una citación de la policía judicial, ante una sala de reconocimiento, empecé a advertir a todos esos personajes, detrás de un espejo invisible e imaginario, eran mis grandes amigos, los que siempre había querido ver juntos, no se como se había logrado convocar a toda esa gente tan querida, para reunirla en un mismo día, en la celebración de mi cumpleaños. Yo estaba simplemente abrumado, no creo haber sentido hasta ese momento, algo tan singularmente emocionante. Hubo sorpresas, mucha gente que no veía desde hacía mucho tiempo, amigos de la universidad, compañeros de trabajo, familia, en fin un montón de gente apreciada y gentil, no faltó nadie.

Quien lo iba a decir, era increíble, yo me quería clonar en varios yo, deseaba multiplicar varias veces el tiempo, para poder pasar al menos un rato, con cada uno de todos los que estaban allí. No sabia por donde empezar, como un niño en una juguetería, iba de un lado al otro, buscando la alegría que me daba cada quien, y así, entre güisqui y güisqui, me desplazaba entre la muchedumbre, sintiéndome un personaje famoso, entre gente muy importante. ¿O es que acaso hay gente más importante que los buenos amigos?

Me alegró mucho ver en el sarao, a Ugo, si, así, sin hache, y Minuccia, mis padres queridos, integrados y contentos, disfrutando de la velada con todos nosotros, como otro par de muchachos enamorados, como siempre lo estuvieron.





Me desperté muy emocionado, pero un poco ansioso, yo ya quería estar en el Isla de Oro, convenciendo al ángel de que me mostrara sus alas. Para esto me preparé bien, iba perfumadito, vestía bermudas de crudo beige y camisa hawaiana de colores brillantes. Eso si, estaba listo pero asustado, me sentía muy nervioso, ¡Claro! Era normal, no todos los días se pone uno de acuerdo para encontrarse con un ángel en una piscina.

Al llegar al club, mis amigos y yo nos despedimos como si fuera a una misión especial, me desearon suerte y emprendí mi camino solo, me dirigí a la piscina caminando lento, mostrando cancha y seguridad, pero la verdad es que todo me temblaba, la emoción era incontenible, a lo lejos la vi, allá estaba ella, descarada en todo su esplendor, bronceando su piel, pretendiendo ponerse mas bella, ¡Ja! Como si eso fuera posible, con un bikini blanco. ¡Se lo imaginan! Se veía como un ser increíble caído del cielo. Mientras me acercaba, empecé a sentir un poco de temor, que luego, al tiempo, terminó teniendo justificación.

Llegué a su tumbona, al notar mi sombra, suavemente se puso de pie, colocó su mano sobre los ojos a manera de visera, para taparse el sol mañanero, me saludó alegremente, olía rico, a Ambré Solaire, a trópico, seguro que así deben oler los ángeles, pensé, y me estampó un beso en el cachete, yo me quedé eclipsado, pero eso si, solo un instante.

Nos sentamos con ligereza y libertad, en la mesa, como si nos conociéramos de toda la vida, yo me sentía particularmente cómodo a su lado, aunque tanta belleza y carisma juntos era perturbador.
En los años siguientes, entre nosotros se desarrolló una relación rara, que nunca entendí, haciendo que prefiriera tenerla de la única manera posible, como una amiga muy especial, que lograba despertar en mi, un sentimiento extraordinariamente intenso. Y así, siguiendo ese patrón logramos consolidar una amistad verdadera y consistente en el tiempo, pero esto no impedía que yo mantuviera las esperanzas, de que algún día pudiera suceder eso que yo tanto deseaba.

Ella desaparecía y aparecía en mi vida, sin preámbulos y sin aviso, así de forma espontánea y yo hacía lo mismo, nos veíamos, la pasábamos bomba y nos jurábamos el uno al otro, que no nos íbamos a volver a perder, pero antes de que nos despidiéramos, ya nos habíamos perdido otra vez y así vivíamos nuestra amistad particular.

Pasó el tiempo y mi amiga y yo empezamos nuestro noviazgo, Thais con sus apariciones esporádicas, se solapo varias veces en mi nueva relación, pero yo nunca quise que mi amiga supiera de mi amistad con Thais, temía que me exigiera que no la viera más, aunque nuestros encuentros fueran tan esporádicos, además me imaginaba que el hecho de que ella lo supiera, pudiera ser el fin, por eso preferí mantener mi oscuro secreto.





Todos reclamaban mi presencia, Miguel siéntate aquí un rato con nosotros, ¡Epale! Miguel acércate por acá y así fue toda la noche, lo que me hacía sentir increíblemente bien y muy querido por todos, yo intentaba ver por arriba de las cabezas de la gente, para saber si se me estaba escapando alguien, que no hubiera visto antes, y en esas tanteadas, siempre descubría a alguien que aún no había visto.

Empecé a notar en el ambiente, una especie de juego de complicidad colectivo, todos me veían y me sonreían sospechosamente, como si me escondieran algo, me dejé de paranoias y seguí disfrutando mi fiesta.

Al rato ante una señal de mi amiga, todo el mundo empezó a sacar sus regalos de donde los tenían escondidos y a ponerlos en una mesa que había dispuesta para eso, fue increíble la cantidad de cosas que me regalaron.

Claro… decía yo, por eso es que estaban sospechosos, planificaron esa forma tan especial de entregar los regalos. Pero eso no era todo, pues de la nada se han aparecido con una piñata grandísima, con forma de cámara fotográfica, hecha por mi amiga con sus propias manos. Ahora si que estaba aclarado el jueguito sospechoso de miraditas y risitas. Me relajé y me serví otro güisqui, pues la fiesta apenas estaba empezando.

En eso mi amiga colocándose en el medio del patio, pide la atención de todos. Y empieza a decir: Bueno Miguel, ahora prepárate para que recibas mi gran regalo, que me ha costado mucho conseguir, tú te lo mereces, me tomó de la mano, y me puso en el medio del patio, me pidió que cerrara los ojos muy bien y sin hacer trampa, así lo hice, me quedé paradito, tratando de imaginarme que me iba a regalar. ¿Será el reloj Tudor de acero? que siempre había deseado. ¿O será un ticket para ir a Pepe Caucho a ponerle los BF Goodrich al Toyota? En ese momento preferí dejar la mente en blanco, y vivir la verdadera emoción de la sorpresa, sin tratar de imaginármela, pasaron unos minutos largísimos y finalmente me dijo: Mi amor, ya puedes abrir los ojos.

No lo podía creer, me estremecí de pies a cabeza, pues frente a mi, a unos tres metros estaba el Ángel, si aquel de las alas escondidas, con ojos melancólicos y sonrisa de querubín.

Para Thais, quien me hizo soñar como nunca antes lo había hecho.