Mi novia en pantaletas
Cuando disfrutaba yo de mis dieciséis años, hace ya mucho tiempo, tenía una noviecita, nos queríamos mucho. ¿Saben? Era de ese amor primerizo, primitivo y amateur, del que te hace sentir permanentemente las famosas mariposas esas en el estómago, era de los amores que no te dejan pensar en otra cosa. La verdad sea dicha, era una relación muy bonita, sólida e intensa, tomando en cuenta lo jóvenes que éramos.
Sucedía, que aunque siempre queríamos estar juntos, sólo nos podíamos ver en su casa, bajo la supervisión, no tan estricta de sus hermanos mayores. Esto a mi me aburría mucho, yo quería hacer cosas diferentes, cada día le exigía más; vamos a vernos en otro sitio, le sugería cada vez que podía, pero parecía imposible. Jubílate un día de clases, como hacen las muchachas normales, cuando quieren verse con sus novios, increpaba yo; eso no es tan terrible como parece. Imagínate que nos jubilemos y tengamos todo un día para estar solos. ¿No te gustaría hacerlo, aunque fuera una sola vez? Siempre le proponía lo mismo, pero no sucedía nada, y así día tras día teníamos nuestra reunión romántica en el patio de atrás de su casa. Su indiferencia a mi solicitud de alternar nuestro sitio de reunión, hizo que decidiera no volver a pedírselo para no ponerme pesado.
Pero como la mayoría de las cosas son así de raras y suceden cuando menos te lo esperas, después de varios días, una tarde, sin aviso previo me llamó por teléfono y me dijo: ”Mi amor, mañana vamos a tener un día para nosotros solitos, así que espérame como a las ocho y media en la esquina del colegio, por allí donde termina la cerca” ¿Te parece? Claro, respondí ¡Que nota! ¡Por fin! Nunca te olvidarás de este día, vaticiné.
No podía creerlo, esto de pasar un día completo con mi flamante novia, estaba a punto de convertirse en realidad, justo mañana, nos jubilaremos y pasaremos todo el día juntitos, como tanto yo lo había deseado, sin espías ni lámparas, ni campanarios vigilándonos, esto era simplemente lo máximo.
Luego, al pasar la euforia del momento dije: ¡Bicho! Yo aquí celebrando y ni siquiera tengo un plan preparado de a donde la voy a llevar. Así que pensé por un rato, y se me ocurrió lo siguiente: Desayunaremos en la Fuente de soda del Cada de Los Chaguaramos, allí los desayunos son buenísimos, con huevos fritos y demás, luego caminaríamos agarrados de manos hasta la UCV, allí hay sitios muy agradables y privados para pasar un buen rato, como se lo merecen todos los novios del mundo. ¡Ah! Mañana es jueves, tal vez tengamos también la suerte de entrar al ensayo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Aula Magna, que seguro será un verdadero deleite, luego y como parte de un rito urbano ancestral, brindaríamos nuestro amor con sendas chichas, de las que venden desde hace mil años debajo del reloj de la Plaza del Rectorado, y si el hambre llegara a atacar, podríamos hasta almorzar una suculenta y opípara comida balanceada en el comedor de la universidad, por la módica suma de dos bolívares cada uno. ¡Woao! Que mundo de posibilidades se abrió en un instante. Yo estaba inmensamente feliz, imaginándome lo bien que lo pasaríamos.
Recuerdo que esa noche casi no dormí, no paraba de pensar en lo que podría suceder al día siguiente, claro, por momentos me invadían también pensamientos que me parecían retorcidos, rebuscados y muy calientes, claro, cosa que era perfectamente normal, con esa edad y la enorme cantidad de hormonas haciendo de las suyas, no podía suceder otra cosa.
Finalmente amaneció, me bañe, creo que más de una vez, poniendo especial atención en mis mas recónditos rincones, no se, por si acaso, uno nunca sabe, pensaba yo, como si fuera todo un novio con amplia experiencia.
Nada podía quedar mal, todo lo había preparado la noche anterior, uniforme impecable, pues supuestamente yo iba a clases, zapatos limpios y brillantes, uñas cortaditas, imagínense que hasta interior nuevo me puse, de los ovejita, blancos normales, los cómodos, de los mismos que fueron a la Antártida con la Marina Norteamericana.
No podía despertar ninguna sospecha, ya mi hermano se había ido a su trabajo, lo que me permitió bañarme literalmente en su colonia cara Capucci, definitivamente olía a éxito; recuerdo que hasta me peiné, andaba pepito, pepito, pero tan pepito que hasta mamá se dio cuenta de que había algo raro conmigo, yo creo que no le hizo mucho caso a sus suspicacias, se hizo la vista gorda voluntariamente y sólo me dijo: ¡Niño, que bien hueles! Solo me giré sobre mis talones, le di mi mejor sonrisa, ella hizo lo mismo con mucha complicidad, le di un gran beso y fui al encuentro del amor.
Bueno, ya afuera, en la calle, me dirigí con paso seguro y liviano como un pajarito a la parada del autobús, que me llevaría hasta las inmediaciones del colegio de mi amada muchacha. Iba en el autobús pensando con inmensa alegría y una gran sonrisa de tonto, que cuando las cosas eran buenas, todo se pone del lado de uno, para que sucedan. Y así como una lombriz, feliz, feliz, me desplazaba todo lo rápido que el antiguo autobús me permitía.
Tal como acordamos y como todo un gentleman inglés, me encontraba en el sitio a la hora indicada, bueno la verdad es que llegué como veinte minutos antes, pero es que la expectativa era demasiada, como para tomármelo de manera relajada.
Me detuve en la esquina donde nos íbamos a encontrar, estaba muy nervioso, lo normal, lo que correspondía a la importancia del evento que estaba casi por ocurrir, que le puedo hacer, yo era así, y aún soy igual.
Ya habían pasado unos minutos, después de la hora acordada, pero a mi parecían como tres horas, y nada que aparecía la niña, no sabía por donde llegaría, yo miraba al norte, luego al este, y así continuaba, en un movimiento frenético de cabeza, que me hacía pasar por todos los puntos cardinales y sus intermedios, tratando de ver por donde aparecería; la verdad es que me estaba empezando a desesperar.
Al rato apareció, pero del lado equivocado, pensé yo, pues se estaba acercando al punto de encuentro, pero por el lado de adentro del colegio, yo no entendía nada. Claro, seguro que viene a decirme, que no puede, que no se atreve a cometer esta locura y que otro día será.
Corriendito se iba acercando, al estar lo suficientemente cerca como para saludarme, me soltó un hola, lo hizo con una gran sonrisa, y me dijo: "agárrame eso allí" y lanzó con toda su fuerza el mazo de libros por encima de la cerca que nos separaba, me apliqué por completo en la tarea de atajarlos, para no quedar mal apenas empezando nuestra aventura, así lo hice, y como el mejor catcher de grandes ligas, atajé los libros en el aire. Al voltearme, la vi casi en cámara lenta, en un alarde de agilidad extrema, totalmente desconocido por mi, brincar sobre la cerca, salvándola en dos saltos con una facilidad impresionante, quedé con la boca abierta.
...Pero... Un pequeño error de cálculo, produjo un accidente, que hizo que una parte muy importante de su uniforme quedara engarzado en lo alto de la cerca, ocasionando que su aterrizaje, se tornara repentinamente en algo muy interesante para mi, pues de la nada me la encuentro abajo simplemente “en pantaletas”.
Imagínense la situación, cuando el plan era salir disparados de allí, quedamos los dos como pajaritos en grama, viendo para todos lados buscando que la providencia nos sugiriera que hacer.
Tuve dudas, no sabía que era mejor hacer, si taparla para que no la vieran, ir a buscar su falda en lo alto de la cerca, o quedarme yo mismo viendo. Que confusión por Dios, la sensatez hizo que me subiera velozmente a recuperar lo que había quedado de su prenda, se la medio acomodé por encima, claro, deleitándome mientras lo hacía.
Y así retomamos nuestro paseo. ¿Y a donde? ¡Pues a donde más! Sino a mi casa, a buscar a la alcahueta de mi mamá, quien terminó cosiendo el uniforme de mil amores y con una gran sonrisa tatuada en su rostro.
Sucedía, que aunque siempre queríamos estar juntos, sólo nos podíamos ver en su casa, bajo la supervisión, no tan estricta de sus hermanos mayores. Esto a mi me aburría mucho, yo quería hacer cosas diferentes, cada día le exigía más; vamos a vernos en otro sitio, le sugería cada vez que podía, pero parecía imposible. Jubílate un día de clases, como hacen las muchachas normales, cuando quieren verse con sus novios, increpaba yo; eso no es tan terrible como parece. Imagínate que nos jubilemos y tengamos todo un día para estar solos. ¿No te gustaría hacerlo, aunque fuera una sola vez? Siempre le proponía lo mismo, pero no sucedía nada, y así día tras día teníamos nuestra reunión romántica en el patio de atrás de su casa. Su indiferencia a mi solicitud de alternar nuestro sitio de reunión, hizo que decidiera no volver a pedírselo para no ponerme pesado.
Pero como la mayoría de las cosas son así de raras y suceden cuando menos te lo esperas, después de varios días, una tarde, sin aviso previo me llamó por teléfono y me dijo: ”Mi amor, mañana vamos a tener un día para nosotros solitos, así que espérame como a las ocho y media en la esquina del colegio, por allí donde termina la cerca” ¿Te parece? Claro, respondí ¡Que nota! ¡Por fin! Nunca te olvidarás de este día, vaticiné.
No podía creerlo, esto de pasar un día completo con mi flamante novia, estaba a punto de convertirse en realidad, justo mañana, nos jubilaremos y pasaremos todo el día juntitos, como tanto yo lo había deseado, sin espías ni lámparas, ni campanarios vigilándonos, esto era simplemente lo máximo.
Luego, al pasar la euforia del momento dije: ¡Bicho! Yo aquí celebrando y ni siquiera tengo un plan preparado de a donde la voy a llevar. Así que pensé por un rato, y se me ocurrió lo siguiente: Desayunaremos en la Fuente de soda del Cada de Los Chaguaramos, allí los desayunos son buenísimos, con huevos fritos y demás, luego caminaríamos agarrados de manos hasta la UCV, allí hay sitios muy agradables y privados para pasar un buen rato, como se lo merecen todos los novios del mundo. ¡Ah! Mañana es jueves, tal vez tengamos también la suerte de entrar al ensayo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Aula Magna, que seguro será un verdadero deleite, luego y como parte de un rito urbano ancestral, brindaríamos nuestro amor con sendas chichas, de las que venden desde hace mil años debajo del reloj de la Plaza del Rectorado, y si el hambre llegara a atacar, podríamos hasta almorzar una suculenta y opípara comida balanceada en el comedor de la universidad, por la módica suma de dos bolívares cada uno. ¡Woao! Que mundo de posibilidades se abrió en un instante. Yo estaba inmensamente feliz, imaginándome lo bien que lo pasaríamos.
Recuerdo que esa noche casi no dormí, no paraba de pensar en lo que podría suceder al día siguiente, claro, por momentos me invadían también pensamientos que me parecían retorcidos, rebuscados y muy calientes, claro, cosa que era perfectamente normal, con esa edad y la enorme cantidad de hormonas haciendo de las suyas, no podía suceder otra cosa.
Finalmente amaneció, me bañe, creo que más de una vez, poniendo especial atención en mis mas recónditos rincones, no se, por si acaso, uno nunca sabe, pensaba yo, como si fuera todo un novio con amplia experiencia.
Nada podía quedar mal, todo lo había preparado la noche anterior, uniforme impecable, pues supuestamente yo iba a clases, zapatos limpios y brillantes, uñas cortaditas, imagínense que hasta interior nuevo me puse, de los ovejita, blancos normales, los cómodos, de los mismos que fueron a la Antártida con la Marina Norteamericana.
No podía despertar ninguna sospecha, ya mi hermano se había ido a su trabajo, lo que me permitió bañarme literalmente en su colonia cara Capucci, definitivamente olía a éxito; recuerdo que hasta me peiné, andaba pepito, pepito, pero tan pepito que hasta mamá se dio cuenta de que había algo raro conmigo, yo creo que no le hizo mucho caso a sus suspicacias, se hizo la vista gorda voluntariamente y sólo me dijo: ¡Niño, que bien hueles! Solo me giré sobre mis talones, le di mi mejor sonrisa, ella hizo lo mismo con mucha complicidad, le di un gran beso y fui al encuentro del amor.
Bueno, ya afuera, en la calle, me dirigí con paso seguro y liviano como un pajarito a la parada del autobús, que me llevaría hasta las inmediaciones del colegio de mi amada muchacha. Iba en el autobús pensando con inmensa alegría y una gran sonrisa de tonto, que cuando las cosas eran buenas, todo se pone del lado de uno, para que sucedan. Y así como una lombriz, feliz, feliz, me desplazaba todo lo rápido que el antiguo autobús me permitía.
Tal como acordamos y como todo un gentleman inglés, me encontraba en el sitio a la hora indicada, bueno la verdad es que llegué como veinte minutos antes, pero es que la expectativa era demasiada, como para tomármelo de manera relajada.
Me detuve en la esquina donde nos íbamos a encontrar, estaba muy nervioso, lo normal, lo que correspondía a la importancia del evento que estaba casi por ocurrir, que le puedo hacer, yo era así, y aún soy igual.
Ya habían pasado unos minutos, después de la hora acordada, pero a mi parecían como tres horas, y nada que aparecía la niña, no sabía por donde llegaría, yo miraba al norte, luego al este, y así continuaba, en un movimiento frenético de cabeza, que me hacía pasar por todos los puntos cardinales y sus intermedios, tratando de ver por donde aparecería; la verdad es que me estaba empezando a desesperar.
Al rato apareció, pero del lado equivocado, pensé yo, pues se estaba acercando al punto de encuentro, pero por el lado de adentro del colegio, yo no entendía nada. Claro, seguro que viene a decirme, que no puede, que no se atreve a cometer esta locura y que otro día será.
Corriendito se iba acercando, al estar lo suficientemente cerca como para saludarme, me soltó un hola, lo hizo con una gran sonrisa, y me dijo: "agárrame eso allí" y lanzó con toda su fuerza el mazo de libros por encima de la cerca que nos separaba, me apliqué por completo en la tarea de atajarlos, para no quedar mal apenas empezando nuestra aventura, así lo hice, y como el mejor catcher de grandes ligas, atajé los libros en el aire. Al voltearme, la vi casi en cámara lenta, en un alarde de agilidad extrema, totalmente desconocido por mi, brincar sobre la cerca, salvándola en dos saltos con una facilidad impresionante, quedé con la boca abierta.
...Pero... Un pequeño error de cálculo, produjo un accidente, que hizo que una parte muy importante de su uniforme quedara engarzado en lo alto de la cerca, ocasionando que su aterrizaje, se tornara repentinamente en algo muy interesante para mi, pues de la nada me la encuentro abajo simplemente “en pantaletas”.
Imagínense la situación, cuando el plan era salir disparados de allí, quedamos los dos como pajaritos en grama, viendo para todos lados buscando que la providencia nos sugiriera que hacer.
Tuve dudas, no sabía que era mejor hacer, si taparla para que no la vieran, ir a buscar su falda en lo alto de la cerca, o quedarme yo mismo viendo. Que confusión por Dios, la sensatez hizo que me subiera velozmente a recuperar lo que había quedado de su prenda, se la medio acomodé por encima, claro, deleitándome mientras lo hacía.
Y así retomamos nuestro paseo. ¿Y a donde? ¡Pues a donde más! Sino a mi casa, a buscar a la alcahueta de mi mamá, quien terminó cosiendo el uniforme de mil amores y con una gran sonrisa tatuada en su rostro.
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