Esta es una historia verdadera, que habla de amor, amistad y confianza.
A veces me he preguntado si el exilio y mi reciente ingreso al club de los adultos contemporáneos, hace que, como un buen borracho, exalte el valor de la amistad, pero siempre termino demostrándome que no es así, pues la amistad para mí siempre ha tenido un valor trascendental.
Recuerdo con frecuencia, aquel cumpleaños tan especial; el de mis 27 años, de esto hace precisamente veinticinco años, mi relación con mi amiga estaba en su cenit, vivíamos en una permanente sublimación romántica.
Unos cuantos días antes de ese 28 de julio, caminábamos ella y yo, por el Pasaje Zing. Para que negarlo, yo soy un eterno enamorado de la visión idealizada que tengo del
Centro de Caracas, de esos rincones particulares, llenos de cuentos y anécdotas, que me recuerdan mi niñez. Pues así, de la nada y sin preámbulo me espetó: ¿Qué quieres para tu cumpleaños?
Me tomó de sorpresa, no me esperaba una pregunta tan directa. Estoy seguro de que ella se refería a un regalo material, tangible, como un par de botas Frazzani para subir a El Ávila, o un traje de baño chiquitico a la medida, de la famosa sastrería de Sabana Grande, donde el sastre gay te morboseaba al tomarte las medidas, o el lente ojo de pez que siempre había deseado para mi cámara Nikon, o un arpón Maresub pequeño, pero potente, o un juego de cauchos All Terrain de BF Goodrich para el Toyota, o un reloj Tudor de acero, o alguna nimiedad de esas ¡Que se yo!
Pero no, yo no quería nada de eso, yo sólo quería celebrarlo de manera sencilla, pero especial, sin regalos costosos, así que le plantee, que el gran regalo que yo deseaba, era poder pasar un rato entre amigos.
Ese año especial, mi cumpleaños cayó de jueves, después de una pequeña celebración en el trabajo, me esperaba una tortita en mi casa, mi mamá, mi papá, mi amiga, mi hermano y mis sobrinos. Al día siguiente, el viernes, cenamos en el restaurante La Cita de La Candelaria, la pasamos muy bien, comiendo opíparamente y bebiendo en abundancia. Yo estaba muy complacido con esta celebración, y para mi era más que suficiente.
El sábado, como hacía en todos mis cumpleaños, me encontré con mis amigos de Santa Rosalía, para compartir unas birras. Al regresar a mi casa, me encontré a mi mamá y a mi amiga conspirando, apenas llegué, me preguntó: ¿Qué te parece si nos vamos a la casa de Ronald Ulloa y nos pasamos un rato por allá? ¿Y porque no?
Me pareció un plan estupendo, la Casa de los Ulloa, es un sitio muy especial, casi mágico, allí siempre la pasábamos muy bien, aún recuerdo las tardes-noches-madrugadas de pasión ludópata, cuando nos entreteníamos jugando “Uno” allá, como unos verdaderos tahúres. Y ni se diga de esos fantásticos desayunos todos los primeros de enero.
Ronald es un amigo con los que provoca compartir, de buena conversación, divertido, culto y con fino uso de la ironía, un buen amigo de verdad. ¡Cuanta vaina echamos en la universidad!
Lo mas representativo de los Ulloa era el "viejo Ulloa", como le decimos por cariño; un eterno romántico de izquierda, de los auténticos convencidos, amante de la utopía de ver un mundo mejor. Y claro está, la estupenda Belkis, una gran anfitriona, que indudablemente hace las mejores hallacas del mundo. Esto lo puedo decir abiertamente, porque mi mamá nunca hizo hallacas, ella estaba muy ocupada haciendo panzarotti di sanguinaccio al ciocolato y turrón de almendras y caramelo.
En la casa de los Ulloa, nos recibió, el entrañable Dani Aquinin, con su sonrisa permanente, empeñado en mostrarle al mundo su recipe mágico: “Hay que ser feliz”, el solo hecho de estar a su lado, hacía brotar la alegría espontánea y autentica. Después de los abrazos y sonrisas de rigor, mi amiga entró a saludar a Belkis, como Ronald estaba tomando una ducha, me fui con Dani a comprar hielo. El camino que escogió me pareció raro, nunca pasábamos por el cementerio, pensé que era posible que fuera día de mercado. Dani, con su gran sonrisa y con tono de complicidad, me dijo, con Ronald estamos preparando una parrillita para celebrar tu cumpleaños, así que hazte el que no estás enterado, bueno tú sabes, los Ulloa, ustedes y nosotros, no es un gentío, pero a él le va a dar mucha alegría pensar que es una sorpresa, así que no digas nada; tranquilo. Le respondí, no se va a enterar que lo sabía.
Al llegar de vuelta, entramos a la casa, pasé por la cocina, saludé a Belkis y al Sr. Ulloa, me felicitaron por mi cumpleaños y me entretuve viendo la gran ensaladera, mucha yuca hirviendo, y un montón de canapés, se veía todo muy rico, pero sobretodo muy abundante, aunque a esas edades, la comida casi nunca es suficiente.
Dani me invitó a bajar a la terraza, desde la parte alta de la escalera vi a Ronald con mi amiga, al lado de la parrillera, al verme bajar, se acercaron hasta el pie de la escalera, me recibieron con una buena cerveza fría y me frenaron un poco, Ronald me abrazó, me felicitó, y me empezó a acercar a la parrillera, con una conversación que se me antojaba rara y poco natural, su charla y mi amiga, me obligaban a ponerle atención a ellos, impidiendo de manera velada, que viera hacia la parte techada del patio que quedaba a mis espaldas, trataron de mantenerme así, el mayor tempo posible, al final, cuando se dieron cuenta de que la situación se estaba forzando, se relajaron, me sentí libre para girarme y hacer ese reconocimiento espacial que ya se me estaba haciendo necesario.
“Isla de Oro”, Gino Carrer, corrígeme si no es ese el nombre de ese maravilloso club en Río Chico, donde se congregaba lo "novamás" del jet set caraqueño de aquellos años ochenta. Oligarquía, pura y dura. Muchos Mercedes, BMW, Rolex y Cartier, gruesas cadenas de oro, brillantes y piedras preciosas de varios quilates, ropa de diseño y otras tonterías de esas, que a nosotros no nos interesaban, esa era la época del despilfarro, del "está barato, dame dos". ¿Recuerdas? Todos los que vivimos eso, podemos decir, aunque no le guste al lumpen proletario, y duélale a quien le duela, que con los adecos se vivía mejor ¿o no?
Pero aún con toda esa gran frivolidad a nuestro alrededor, éramos inmunes a sus influencias, nos manteníamos incólumes, auténticos y andábamos a nuestro aire. ¡Y como nos divertíamos! La pasábamos realmente bien, Yolima y tú, Yosmar y yo, ciertamente fueron unos tiempos muy especiales, que difícilmente olvidaré. Cuantas veces amanecimos Yosmar y yo, contemplando el amanecer en la orilla de la playa, como unos verdaderos románticos, tomando café y portándonos como unos santos.
Que cálida y acogedora era esa casa, en Cangrejal Beach, así bautizaste a la urbanización donde se ubicaba el palacete. En todos sus rincones se dejaba ver claramente la mano de Dora, tu mami, mi gran amiga, de tertulias interesantes y profundas, Dora es una joven digna de ser envidiada, es un libro abierto, de quien aprendí muchas cosas, que uso en mi día a día. Esa casa fue testigo de muchas parrillas, momentos largos de alegrías plenas y vacaciones increíbles, de fines de semana playeros, de franela, bermudas y sandalias, sueños de éxitos por venir, de hijos por educar y vidas por disfrutar.
Y estábamos en lo cierto mi querido amigo Gino, o es que acaso, la vida no nos ha premiado con todo lo bueno que hemos vivido, con esas familias tan maravillosas que hemos logrado construir, a base de amor y esfuerzo, si es que somos mas ricos que un montón de gente, que por solo tener mucho dinero piensa que los son, nosotros somos unos verdaderos afortunados.
Recuerdo con mucha vivacidad, aquel día tan especial, en la piscina del Isla de Oro, estábamos derrochando físico, del atlético, del que aún conservamos, al menos los huesos, cuando me tropecé con aquel ángel maravilloso, que seguramente por modestia y para no impresionar tanto, había escondido sus alas, aquel ser tan extraordinario, bello por dentro y por fuera, con ojos melancólicos y sonrisa de querubín, que con su sola presencia, inundaba de emoción celestial a los que tenían la fortuna de estar cerca.
Yo no recuerdo muy bien como hice, ¿hipnosis tal vez? o la envolví, recitándole suavemente un tantra ancestral, de versos de luz y pasión, y así, ligeramente pero sin pausa, logré que se sentara a mi mesa, y compartiera relajadamente y con alegría, mis tragos, mis cuentos y mis intenciones descaradas de conquistarla, para robarme su presencia para toda la vida, yo sentía que lo iba logrando y me parecía increíble. Ella espontáneamente se quedó toda la tarde conmigo, conversamos largamente de nuestras vidas, yo no se que pensaba ella, pero yo tenía una sola idea fija, que hervía en mi mente sacrílega y pecadora, pues desear de esa manera a un ser divino, debe ser un gran pecado mortal, seguro que por eso, yo ardería por la eternidad en el infierno.
El tiempo se mostró despiadado y cruel, pasó rápido y llegó el momento de despedirnos. En mi mente unas preguntas se repetían, en un frenesí iterativo, calentando aún más mi cerebro. ¿Que podía hacer yo para que se repitiera ese momento? ¿Le tendría que vender barata mi alma al diablo? ¿Le interesaría ese negocio al demonio?
Enfrié un poco mi cabeza, la situación me lo exigía, saqué vigor de donde no lo tenía, y armado de una falsa fortaleza, mostré que podía conformarme con intentar tantear la posibilidad de vernos al día siguiente. “Si” me dijo sin pesarlo, su respuesta inmediata me dejó perplejo. ¿Quien lo iba a decir? Mañana, después de este turbulento día de emociones impetuosas, iba a tener otra oportunidad de descubrir, donde escondía sus alas la muchacha esta.
Con la naturalidad con la que un torero prepara un pase de pecho, después de varios naturales, giré suavemente, para apuntar mi capote imaginario a la izquierda, y al finalizar el lento desplazamiento, vi que allí no había un gran miura negro, que me estremeciera los nervios, apuntándome con sus pitones directo al espíritu ¡No¡ Pero sin embargo, me paralicé, mis músculos no respondían, las piernas me empezaron a trepidar casi descontroladamente, no era por temor que titubeaba, era por la gran emoción, mi cerebro no daba crédito a lo que veían mis ojos, me embargaba un tumulto de exaltaciones intensas e indescriptibles.
Me lo tomé con mas calma, cerré los ojos, respiré profundo y lentamente, empecé a observarlo todo con detalle, sin dejar de escrutar nada, como en una citación de la policía judicial, ante una sala de reconocimiento, empecé a advertir a todos esos personajes, detrás de un espejo invisible e imaginario, eran mis grandes amigos, los que siempre había querido ver juntos, no se como se había logrado convocar a toda esa gente tan querida, para reunirla en un mismo día, en la celebración de mi cumpleaños. Yo estaba simplemente abrumado, no creo haber sentido hasta ese momento, algo tan singularmente emocionante. Hubo sorpresas, mucha gente que no veía desde hacía mucho tiempo, amigos de la universidad, compañeros de trabajo, familia, en fin un montón de gente apreciada y gentil, no faltó nadie.
Quien lo iba a decir, era increíble, yo me quería clonar en varios yo, deseaba multiplicar varias veces el tiempo, para poder pasar al menos un rato, con cada uno de todos los que estaban allí. No sabia por donde empezar, como un niño en una juguetería, iba de un lado al otro, buscando la alegría que me daba cada quien, y así, entre güisqui y güisqui, me desplazaba entre la muchedumbre, sintiéndome un personaje famoso, entre gente muy importante. ¿O es que acaso hay gente más importante que los buenos amigos?
Me alegró mucho ver en el sarao, a Ugo, si, así, sin hache, y Minuccia, mis padres queridos, integrados y contentos, disfrutando de la velada con todos nosotros, como otro par de muchachos enamorados, como siempre lo estuvieron.
Me desperté muy emocionado, pero un poco ansioso, yo ya quería estar en el Isla de Oro, convenciendo al ángel de que me mostrara sus alas. Para esto me preparé bien, iba perfumadito, vestía bermudas de crudo beige y camisa hawaiana de colores brillantes. Eso si, estaba listo pero asustado, me sentía muy nervioso, ¡Claro! Era normal, no todos los días se pone uno de acuerdo para encontrarse con un ángel en una piscina.
Al llegar al club, mis amigos y yo nos despedimos como si fuera a una misión especial, me desearon suerte y emprendí mi camino solo, me dirigí a la piscina caminando lento, mostrando cancha y seguridad, pero la verdad es que todo me temblaba, la emoción era incontenible, a lo lejos la vi, allá estaba ella, descarada en todo su esplendor, bronceando su piel, pretendiendo ponerse mas bella, ¡Ja! Como si eso fuera posible, con un bikini blanco. ¡Se lo imaginan! Se veía como un ser increíble caído del cielo. Mientras me acercaba, empecé a sentir un poco de temor, que luego, al tiempo, terminó teniendo justificación.
Llegué a su tumbona, al notar mi sombra, suavemente se puso de pie, colocó su mano sobre los ojos a manera de visera, para taparse el sol mañanero, me saludó alegremente, olía rico, a Ambré Solaire, a trópico, seguro que así deben oler los ángeles, pensé, y me estampó un beso en el cachete, yo me quedé eclipsado, pero eso si, solo un instante.
Nos sentamos con ligereza y libertad, en la mesa, como si nos conociéramos de toda la vida, yo me sentía particularmente cómodo a su lado, aunque tanta belleza y carisma juntos era perturbador.
En los años siguientes, entre nosotros se desarrolló una relación rara, que nunca entendí, haciendo que prefiriera tenerla de la única manera posible, como una amiga muy especial, que lograba despertar en mi, un sentimiento extraordinariamente intenso. Y así, siguiendo ese patrón logramos consolidar una amistad verdadera y consistente en el tiempo, pero esto no impedía que yo mantuviera las esperanzas, de que algún día pudiera suceder eso que yo tanto deseaba.
Ella desaparecía y aparecía en mi vida, sin preámbulos y sin aviso, así de forma espontánea y yo hacía lo mismo, nos veíamos, la pasábamos bomba y nos jurábamos el uno al otro, que no nos íbamos a volver a perder, pero antes de que nos despidiéramos, ya nos habíamos perdido otra vez y así vivíamos nuestra amistad particular.
Pasó el tiempo y mi amiga y yo empezamos nuestro noviazgo, Thais con sus apariciones esporádicas, se solapo varias veces en mi nueva relación, pero yo nunca quise que mi amiga supiera de mi amistad con Thais, temía que me exigiera que no la viera más, aunque nuestros encuentros fueran tan esporádicos, además me imaginaba que el hecho de que ella lo supiera, pudiera ser el fin, por eso preferí mantener mi oscuro secreto.
Todos reclamaban mi presencia, Miguel siéntate aquí un rato con nosotros, ¡Epale! Miguel acércate por acá y así fue toda la noche, lo que me hacía sentir increíblemente bien y muy querido por todos, yo intentaba ver por arriba de las cabezas de la gente, para saber si se me estaba escapando alguien, que no hubiera visto antes, y en esas tanteadas, siempre descubría a alguien que aún no había visto.
Empecé a notar en el ambiente, una especie de juego de complicidad colectivo, todos me veían y me sonreían sospechosamente, como si me escondieran algo, me dejé de paranoias y seguí disfrutando mi fiesta.
Al rato ante una señal de mi amiga, todo el mundo empezó a sacar sus regalos de donde los tenían escondidos y a ponerlos en una mesa que había dispuesta para eso, fue increíble la cantidad de cosas que me regalaron.
Claro… decía yo, por eso es que estaban sospechosos, planificaron esa forma tan especial de entregar los regalos. Pero eso no era todo, pues de la nada se han aparecido con una piñata grandísima, con forma de cámara fotográfica, hecha por mi amiga con sus propias manos. Ahora si que estaba aclarado el jueguito sospechoso de miraditas y risitas. Me relajé y me serví otro güisqui, pues la fiesta apenas estaba empezando.
En eso mi amiga colocándose en el medio del patio, pide la atención de todos. Y empieza a decir: Bueno Miguel, ahora prepárate para que recibas mi gran regalo, que me ha costado mucho conseguir, tú te lo mereces, me tomó de la mano, y me puso en el medio del patio, me pidió que cerrara los ojos muy bien y sin hacer trampa, así lo hice, me quedé paradito, tratando de imaginarme que me iba a regalar. ¿Será el reloj Tudor de acero? que siempre había deseado. ¿O será un ticket para ir a Pepe Caucho a ponerle los BF Goodrich al Toyota? En ese momento preferí dejar la mente en blanco, y vivir la verdadera emoción de la sorpresa, sin tratar de imaginármela, pasaron unos minutos largísimos y finalmente me dijo: Mi amor, ya puedes abrir los ojos.
No lo podía creer, me estremecí de pies a cabeza, pues frente a mi, a unos tres metros estaba el Ángel, si aquel de las alas escondidas, con ojos melancólicos y sonrisa de querubín.
Para Thais, quien me hizo soñar como nunca antes lo había hecho.