Este es el relato de un periodista inglés en Cuba.
El otro día en la calle me tropecé con una amiga en La Habana.
"Me caso", me comentó.
Yo estaba sorprendido porque ni me imaginaba que tenía planes de matrimonio.
"¿Y con quién te casas?", le pregunté.
"Con un mexicano", respondió.
"¿Y cuándo lo conociste?", le dije.
"No lo he conocido todavía", replicó.
La chica en cuestión había comprado un esposo extranjero que le garantizaba la mejor opción para salir de Cuba. Esto por lo general se hace a través de intermediarios.
Pero no es barato. Ella pagó US$ 5.000 por su prometido mexicano, esa es la tarifa para maridos estadounidenses, canadienses y europeos. Sin embargo, si el caballero en cuestión es oriundo de Costa Rica, por ejemplo, podría conseguirse por US$ 2.000. Los peruanos, son un buen negocio, pueden asegurarse por tan solo US$ 800.
A los pocos días de nuestro encuentro, fui a la boda de esta amiga. Con frecuencia la línea entre lo real y lo irreal es bastante borrosa en Cuba, pero éste era un ejemplo extremo.
La familia de la novia se presentó en pleno. Y nadie parecía más feliz que la madre, ataviada de punta en blanco con un vestido de flores de los años 60. Algunos niños de matrimonios previos también estaban allí, con tías y tíos que llegaron de toda La Habana. Todos se veían encantados con la nueva adquisición.
Pepe, el esposo, a quien ella había conocido hacía un par de horas, era un alegre ingeniero retirado, cincuentón, que parecía estar dispuesto a ir con el teatro tan lejos, o incluso más allá, de lo necesario.
Un par de botellas de sidra española fueron descorchadas, la torta se picó y se prendieron un par de cigarrillos. Todos bailaban. Si no lo hubiera sabido, jamás hubiera imaginado de que se trataba.
Me enteré que el anillo era un préstamo temporal de la hermana de la novia. Aparte de eso, totalmente convincente. Alguien tomaba fotos de la feliz pareja, otra persona se encargaba del video con una vieja cámara.
Al final, de eso se trata. Registrar con la cámara la ceremonia para así contar con la evidencia si en algún momento la embajada mexicana cuestionaba lo genuino del matrimonio.
Muchos cubanos, sin embargo, no tienen que llegar a estos extremos -o a desembolsar ese dinero- para partir de Cuba del brazo de un extranjero solitario. Después de todo, Graham Greene comparó a Cuba con una fábrica de belleza humana.
En las afueras de las villas neoclásicas que albergan a varias de las embajadas que se encuentran en La Habana, es posible ver largas filas de jóvenes, y con frecuencia hermosas mujeres, esperando para convencer al personal diplomático de que sus relaciones con turistas que acaban de conocer, son de largo plazo. La espera en las afueras de la embajada de Italia suele ser la más larga.
Muchas de estas relaciones tienen un final feliz. Muchas no. El Consulado Británico tiene un área en el que expone correos electrónicos advirtiendo a sus ciudadanos con intenciones de dar el salto al agua.
Allí se encuentra la historia de una mujer británica que se casó con un cubano pensando que su unión sería para toda la vida y descubrió que en realidad no duró más allá del aeropuerto londinense de Heathrow.
Otra informó que su adorado marido desapareció una noche llevando por compañía tan solo a su tarjeta de crédito.
Los cuentos de amor y traición siempre aderezan las fiestas de los extranjeros residentes en La Habana.
Uno de los mas famosos es la historia de un estadounidense, propietario de un gran yate, que se enamoró de una joven 40 años menor que él. Luego de divorciarse de su primera esposa a un costo de US$ 10 millones, se dio cuenta de que su relación con la cubana no era, digamos, exclusiva.
La gente suele decir que Cuba tiene muchas máscaras. Es cierto.