Afortunadamente he tenido la oportunidad de conocer varios sitios que pueden ser catalogados como verdaderos paraísos naturales.
Hace varios años hice un viaje estupendo, volé en el antiquísimo DC3 de Aeroejecutivos hasta Canaima, en una travesía inolvidable, que incluyó vuelo cercano al Salto Ángel, que estaba casi seco, luego paseo en curiara por el río, con la respectiva mojada por el salto La Llovizna, finalizando en un extraño baño, en las aguas pesadas y oxidadísimas del río Carrao, capaces de teñir de rojo los trajes de baño. Una verdadera aventura, rodeado de esa naturaleza radicalmente exuberante, que no puede ser olvidada nunca.

He visitado infinidad de veces, el Parque Nacional Henry Pitier, con sus estupendas playas de Puerto Colombia en Choroní y la espectacular Bahía de Cata, donde disfrutamos hasta el cansancio de fines de semana, vacaciones y hasta años nuevos y navidades.
También he sido asiduo de Playa Norte en el Parque Nacional Morrocoy, en la espectacular casa de Héctor Parra y Marlene Soriano, allí pasamos innumerables ocasiones, gozando como enanos, compartiendo con un grupo de personas increíbles. Compadre, ¡Que buenos tiempos! Cuando lo que mas nos preocupaba era que se acabara el hielo o la caña. No puedo dejar de mencionar a nuestros amigos, Jorge Marcano, Emilio Lechoza, el Pájaro, el chino Wai Sin, Cabeza de Pañuelo, y al Teacher Attila Bendegus.

También he estado en Mochima, Los Roques, La Tortuga y con orgullo puedo contar que he estado en dos sitios un poco raros, la isla de la Blanquilla, que es un bastante lejos, increíblemente agreste, desierta y bonita. Estuve dos veces en La Orchila, claro, esto porque trabajé más de siete años en la Armada, y les comento que es un sitio maravilloso.
Pasé varias vacaciones largas en Mérida, aprovechando que mi hermano Mario trabajaba por allá, visité todas las zonas naturales aledañas, convirtiéndose en una experiencia muy enriquecedora de profundos aprendizajes.
He visitado Los Llanos, los Médanos de Coro, Adícora, El Morro de Puerto Santo y bueno, no se trata aquí de poner aquí todos los paraísos naturales donde he estado, lo que si quiero hacer notar, es que todos estos lugares están en Venezuela, y que es increíble que nuestro país tenga tanta variedad de paraísos naturales a donde poder ir a disfrutar, como en ninguna parte del mundo.
Pero hay un lugar que sin llegar a ser tan espectacular, como los que he mencionado, es mi sitio predilecto. Sin lugar a dudas, Caruao es mi paraíso natural.
Caruao se insertó profundo dentro de mi alma, desde el primer día que lo visité, por una invitación de mi amigo infinito William Sarmiento. Amigo, desde este modesto sitio te agradezco profundamente este acercamiento posible al verdadero disfrute de las cosas sencillas y provechosas de la vida.

En aquella época con licencia nueva, papá me regaló su estupendo Opel Record, que cuidé mucho, y sin contemplaciones, cada fin de semana metía por la carretera de tierra, exigiéndole para llegar a Caruao, como si fuera el rústico mas apropiado del mundo. Era increíble la sensación de libertad que me proporcionaban estos viajes en mi opel gris, bonito y lleno de barro. Claro, cuando empecé a trabajar con paltó, corbata y responsabilidades reales, tuve la oportunidad de comprarme mi flamante Toyota Techo duro, nuevecito, que me acompañó por mas de trece años llevándome a mi Caruao del alma, sin dejarme varado ni una sola vez, pasando ríos y lodazales, lluvias tormentosas y crecidas increíbles.
Hay un millón de razones, para considerar a Caruao mi paraíso natural, yo estoy seguro que después de que lean este post, comprenderán el porque de mi pasión por el sitio mas maravilloso del mundo entero.
Por el primer amor, por el segundo, por el tercero, por el que aún permanece y por algunos otros amores más; algunos nacieron aquí. Pero eso si, aquí todos crecieron y mucho, ¡y como no iba a ser así! Los amores siempre terminan creciendo cuando se está tan cerca de Dios y Caruao es el cielo.
Aquí en este estupendo sitio, aprendí a pescar, a conocer cuales pescados se pueden comer y cuales no. En sus orillas limpié y descamé muchos pescados con cortesía y respeto, como debe ser, que luego disfrutamos en mesas compartidas.
Porque su naturaleza exuberante, sus paisajes, su gente, sus atardeceres y amaneceres, sus playas, sus ríos, me robaron el corazón, haciéndome sentir postrado ante tanta maravilla junta, Caruao es un sitio bendecido.
Porque en sus bailes frenéticos de tambores, aprendí a compartir con mucho respeto las costumbres de su valiosísima gente y como si fuera un morador más del pueblo me mezclaba participando activamente en sus ritos y celebraciones, yo lo hacía con total libertad y ellos lo aceptaban con alegría. Confieso que esto me enseñó mucho acerca de muchas cosas.
Porque por no perderme de ir allá todos los fines de semana, puentes, semanas santas, carnavales, era capaz de venderle mi alma al diablo.
Por los verdaderos amigos, los de allá, los del pueblo, Vitico, Eusebio, Jorgito, Remache, por los que conocí allá y no eran de allá, por los amigos que ya no están, el Profesor Balbino Alcalde, Jorge Delgado, mi profesor de la vida, podría escribir una enciclopedia con todo lo que me enseñó.
Por el Pozo del Cura, Las Poncheras y la infaltable bombona de agua loca que nos llevábamos para mitigar un poco lo frío del agua del río, pero que luego irremediablemente servía para emborracharnos todos un poco, como muchachos sin experiencia.
Por los largos paseos en kayak que hacíamos en el mar o por el río.
Por los viajecitos que hacíamos en grupos grandes de muchachas y muchachos, hasta la segunda playita para hacer nudismo, con libertad total y sin vergüenza, cada quien asumiendo las ventajas o limitaciones de sus atributos al descubierto.
Por todos los divinísimos ojones con tostones y ensalada que nos comíamos invariablemente en el restaurantito de Josefa o en la casa de Alegría o en el kiosco de Juan Sabroso. Con solo recordarlo se me hace la boca agua.
Por las estupendas e innumerables noches durmiendo cobijados solamente por la luz de las estrellas, con el mar al frente y atrás de nosotros, el Rancho Caruao, de mi amigo Jorge Delgado, esto solo ya vele oro.
Por las grandes comilonas de mangos de hilacha en la otra orilla de la laguna, casi hasta reventar y ni se diga de aguacates y titiaros, sin lugar a dudas los mejores que me he comido en toda mi vida.
Por las partidas de pelotita de goma o fútbol que hacíamos en la tardecita al frente del la playa.
Y por la infinita felicidad que me invadía por el solo hecho de estar allí.
¿Valen estas razones para que Caruao sea mi Paraíso Natural?