La mejor cuadra del mundo

Foto: Yo en mi cuadra
Cuando era niño, me sentía un verdadero campeón, por vivir en una cuadra que lo tenía todo, imagínense si era así, que entre los niños de mi colegio, el Nuestra Señora de Pompei, competíamos para ver quien vivía en la cuadra más variada e interesante, claro, siempre ganaba yo, y lo celebraba con tanto entusiasmo, que hasta los niños que vivían en las mejores zonas de Caracas, se sentían unos miserables ante mi gran suerte de poder vivir en una cuadra tan privilegiada. Unos decían: Que fú, en mi cuadra solo hay unas pocas casas y una iglesia y otros se quejaban por vivir en zonas tranquilas de bonitos edificios, pero sin ninguna diversión. En cambio yo vivía en la mejor calle del centro de Caracas.
Pero lo que convertía todo esto en un verdadero tesoro para mí, eran los personajes asociados a esta cuadra, sus tiendas y negocios, yo los envolvía con la esa magia especial con la que los niños vemos todas las cosas, convirtiéndolos en los héroes de mi niñez.
Y así, entre las esquinas de Viento y Muerto, de esa Caracas que no volverá, viví mis primeros sueños y experiencias con alegría y libertad. De esta época aún viven en mi memoria muchas situaciones y personajes. Aún hoy, me resulta increíble que en un espacio tan reducido de la ciudad, pudieran haber existido tantos sitios y personas tan interesantes que alimentaron profundamente mi cultura, mi sensibilidad y mi espíritu.
Una cuadra más hacia el sur para llegar a la esquina de Peláez y una más al norte para llegar a la esquina de Curamichate y así, completar mi espacio infantil ideal, mi universo de juegos interminables, de permanente ilusión y de infinita alegría de vivir.
Al lado de mi casa, el viejito del kiosquito, todos lo llamábamos así, pero a él no le molestaba en absoluto, él era el abuelito de todos los niños de la cuadra. El viejito no aceptaba las recién acuñadas monedas de níquel, pues no sonaban al caer, y para demostrarlo agarraba un real de plata y lo arrojaba suavemente al suelo, para que sonara como una campanita y decía: ¿Ves? Así debe sonar una moneda al caer, no como esas porquerías de ahora. Luego, después de mucho tiempo, de la nada, llegó su relevo, el Sr. Alfonso amable y amigo de todos, siempre sonriente. Recuerdo verlo parado delante del fondo multicolor de cultura, conocimiento y entretenimiento, que encerraban las páginas de los periódicos, libros y revistas que con orgullo pendía de mecates, perfectamente alineados, dando una sensación de orden y control.
Luego el barbero Telmo, a él no le gustaba que le dijeran señor, eso lo recuerdo bien, y a mí se me hacía muy difícil dejar de hacerlo, pues era todo un señor originario de Barlovento. Telmo hacía los mejores bistec de ternera que me he comido en toda mi vida, los adobaba con cebolla, comino, sal y pimienta, yo era su invitado permanente, me preguntaba: ¿Un bistecito Miguel? Y yo con mucha “vergüenza” le decía: Si claro. Telmo no me cortaba el pelo, eso lo hacia Giovanni, el primo de mi mamá que tenía en los Chaguaramos una barbería de lujo, que se llamaba Franser y me dejaba pepito, pepito.
También formaba parte de esta cofradía, Pasquale, el sastre, originario de Padula, Italia, o sea paisano de mis padres, él era como si fuera familia, una persona muy cercana, simpático, siempre hacía juegos conmigo y mis hermanos y pasaba muchos ratos compartiendo con toda mi familia.
Hablando de Pasquale recordé que en esta época, para ser precisos, en el año de 1967, cuando yo tenía sólo once años, en un tonto accidente en la playa, murió mi hermana Carmelina, ella sólo tenía catorce años y estaba a un mes escaso de cumplir quince, era un verdadero ángel, yo se que ella esta siempre cerca de mí, y yo la mantengo viva en mi pensamiento permanentemente, esa es la verdadera prueba de que las personas que son amadas nunca mueren, Carmelina permanece muy viva dentro de mi corazón. Nombro a mi hermana, ya que ella también perteneció a toda la gente mágica. Todo el mundo la quería mucho, y decían que ella era la princesita de la cuadra.
Otro personaje particular, Juvenal, con ese nombre todos deben saber que se trata del portugués del abastos, Juvenal era una persona muy respetada y querida en la cuadra, su abastos se llamaba Roma. A mi me malcriaba de lo lindo, yo recuerdo los sándwich de mantequilla y mortadela en pan de a locha que me preparaba, eran simplemente divinos, acompañados con una chicha A1, perfecta combinación gastronómica infantil, a veces me deleitaba también con un pan de leche o con una catalina y para pasar el tarugo un vaso de leche, no lo puedo evitar, lo recuerdo y me emociono.
Marrero, Joseíto, Victoriano y Maximiliano del taller de frenos Sapene. Yo me la pasaba jugando allí, aunque era lo primero que mi mamá intentaba prohibirme, lo que pasaba es que siempre, al rato regresaba a la casa sucio de grasa de pies a cabeza. Que momentos tan bonitos pasábamos aquí, aprendiendo de carros, bandas de frenos y pastillas de discos, ¿a que niño no le gustan estas cosas? Recuerdo a que a mi hermano mayor Mario en el taller lo llamaban cabezón y a mi, por analogía cabezoncito.
Las dos generaciones de los Lovera, dueños de la prestigiosa tienda de deportes “El Cazador”, mi gran caja de Pandora. A los Lovera no les molestaba que yo fuera a curiosear a su súper tienda, jorungaba y preguntaba acerca de todo lo que había allí, claro, a veces los atormentaba un poco, pero al notarse, inmediatamente salía el señor Lovera papá a defenderme y a mandarme para otro sitio de la tienda, para que sus hijos se relajaran.
El chichero de Peláez, este era un verdadero activo fijo de la cuadra, yo creo que nunca faltó al trabajo, siempre estaba al pie del cañón, con su exquisita chicha, eso si, pero lo máximo era la ligadita con ajonjolí, esto de verdad que era lo mas rico que había en el departamento de chichas del área metropolitana de Caracas.
El Sr. Manosalva de Gráficas Galipán, donde yo pasaba largas horas hipnotizado, viendo las máquinas imprimiendo, todo un derroche de ingeniería mecánica, claro y preguntando todo también, sino no era yo, el Sr. Gustavo me decía Miguelito, hasta después de grande.
La familia Gallegos y su famosísimo Restaurante Gallegos, la mejor paella valenciana de Caracas, en la época del charm de la Caracas de los años 60 y 70, al terminar las corridas de toros en el Nuevo Circo, que quedaba a escasa tres cuadras, este restaurante se llenaba de cabo a rabo, hasta altas horas de la noche, era un sitio de encuentro de gente famosa, claro, eso se acabo, con los modernos años ochenta. Antes de las corridas, también se llenaba de gente, pero para abastecer de licor a los asistentes a las corridas y así llenar sus botas con un coctelito llamado “Ligadito” que tenía vino blanco, vino tinto y vodka.
Mi mejor amigo Luis Aguilar, el dueño del conocido Foto Estudio El Gato, mi profesor y mi estímulo por el gusto por la fotografía, un verdadero artista, que retocaba los negativos con portaminas de grafito, algodones, pinceles y otros artilugios. Tenía un tesoro, una gran colección de negativos de la gente que se fotografiaba con él. Luis era además un profesional tomando fotos en matrimonios, graduaciones, bautizos, primeras comuniones y creo que hasta uno que otro divorcio por allí. Amigo Luis, espero que este año pueda ubicarte en España, y ver si tenemos la oportunidad de encontrarnos, nos comamos unas tapitas y nos bebamos unos tintos, que buena falta nos hace, para recordar estos buenos tiempos.
También estaba el otro señor Luis, el del linotipo, quien trabajó en varios periódicos, cuando el montaje se hacía haciendo “cut & paste” pero de verdad, con tijera y cola de pegar, Luis eres una enciclopedia ambulante. El Sr, Luis tenía una gran máquina, bonita y negra, que después de teclear y teclear y teclear, al pisar una gran tecla roja especial, hacía unos movimientos robóticos y sonidos armoniosos, para luego, al final dejar caer suavemente en una bandejita, unas laminitas de plomo con letras al revés, que sólo él podía leer con facilidad.
Imagínense si mi calle era lo máximo que hasta existía un gran depósito de Helados Efe, sin lugar a dudas los mejores del mundo, este sitio no lo asocio a ninguna persona en particular. Aún así era una verdadera aventura ir, ver desde lejitos esas cavas con temperaturas polares, luego, alineados como en un gran estacionamiento, cientos de carritos de helados, al final de esta aventura siempre salía alguien para regalarnos unos exquisitos helados.
La Farmacia el Viento, en la esquina de su nombre, a donde íbamos a comprar “azúcar candy”, que no era más que unos cristales de azúcar pero muy grandes, una curiosa golosina de la época, claro, a veces también íbamos si nos dolía algo.
En mi cuadra nacieron los automercados, pues en esa época solo existían abastos, y así, de repente apareció el Supermercado el Nervión, bastante más grande que un abasto normal, pero con pasillos y carritos de compras, ¡que avance! Esto era lo más moderno que se podía tener, claro luego empezaron a proliferar por todas partes.
La Casa Vives, increíble pero hasta teníamos una tienda muy grande que vendía artículos religiosos, libros, rosarios, estampitas, estatuas de vírgenes y santos.
El futbolín, era el sitio de encuentro de los muchachos grandes, pero yo como era un salido, andaba mucho con mi hermano, pues él ya podía estar aquí y se hacía responsable por mí. En este futbolín había algo muy curioso, y es que las figuritas de los jugadores tenían las piernas separadas, lo que hacía el juego más vistoso, por la cantidad de trucos que se podían hacer. Mi hermano Mario era toda una estrella jugando, aún recuerdo el ruido que hacía la pelota en la portería de madera cada vez que metía un tremendo golazo, imposible de parar.
A media cuadra de la casa, estaba la famosa Pescadería La Vizcaína, que por contradictorio que parezca era de unos asturianos. Aquí mi mamá se apertrechaba de los exquisitos animales, recuerdo como si fuera ayer, como me quedaba extasiado viendo a las langostas vivas puestas en el piso al frente de las neveras.
El Colegio de niñas Santa Cecilia, de la Sra. Bencid, aquí estudiaba mi hermana, este colegio era reconocido por su buen nivel académico, en aquellos años, no se como estará en la actualidad.
A una cuadra y media el Colegio Santa Rosalía, donde estudié el ciclo básico, de aquí recuerdo el padre Porras y al director el Profesor Rivas.
También teníamos en la cuadra una panadería, que empezó siendo muy buena, pero que luego con el tiempo se echó a perder, pues el pan estaba siempre como crudo y en mi casa nos gustaba el pan bien tostadito.
La Casa Gámez, tienda de ropa, donde mamá y papá se compraban algunas de las pintas, pues aquí no vendían ropa de niños, así que lo mío era en algún otro sitio.
La Escuela Básica Nacional Luis Razzetti, donde estudiaron mi hermano y mi hermana, ya para cuando yo necesité ir al colegio, la educación pública había empezado su acelerado declive, por eso siempre estudié en colegios privados.
Y finalmente los que me faltan, la clínica David Lobo, la Heladería Gilda, los mejores helados estilo italiano de la historia, la ferretería Peláez, infaltable, las dos peluquerías a donde mi mamá se ponía preciosa, aunque no le hiciera mucha falta, el abastos La Esperanza, chiquito pero cumplidor, el bazar de los chinos y la Papelería Orinoco, nuestra librería de toda la vida. Seguro que se están escapando algunos, no son todos, pero creo que son suficientes.
Ahora que saben todo esto. ¿No tenía yo razón de estar muy orgulloso de mi cuadra con todos sus personajes y sitios inimaginables?
Hoy, 28 de enero, es el cumpleaños de mi hermano Mario Pinto que vive en Caracas, este post especial se lo dedico a él, por haber estado siempre tan pendiente de mí, en aquellos años infantiles. Mario te extraño mucho y desde aquí te deseo un mundo de salud, felicidad y éxitos.