
A Daniel le brillaban intensamente los ojos y tenía una expresión de verdadero asombro, al descubrir que de la nada y como por arte de magia, después de las 12 de la noche, la base del arbolito se había llenado de regalos, les confieso que yo también me sorprendí gratamente con esta sorpresa.
Inmediatamente, Daniel giró sobre sus talones para ver la mesa del comedor y corroborar, con gran excitación, que la torta negra de navidad y la leche, que él mismo había dejado, habían sido devorados. Con los ojos vivaces y desorbitados por tanta emoción sentenció seguro: "El Niño Jesús ya estuvo por aquí".
Inmediatamente fue al arbolito, se sentó en el piso para buscar entre los regalos el suyo, y encontró uno grande para él, sin esperar ni un instante, destrozo el papel que lo envolvía, como corresponde a la emoción del momento. Ya una vez descubierto, vió que en sus manos tenía eso que tanto había deseado, el fastuoso e increíble "Motorized Katamaran" de Lego. Papá, papá, mira flota de verdad me decía, lo puedo poner en el canal... Con una gran sonrisa tatuada en su rostro, indeleble, imposible de borrar, se lo enseñó a todos, con gran emoción, como si en ese barquito fueran a navegar todos sus sueños, para volver a él convertidos en realidad. Y yo me sentía inmensamente feliz de verlo disfrutar así, lo que le había traído el Niño Jesús.
En cambio los trece años de Andrés hacen diferente esto del Niño Jesús, pues, aunque "Jesusito" ya sabe lo que él quiere, nadie puede decidir como lo quiere, sino él mismo Andrés, por lo tanto, el hecho final de obtener el regalo del Niño Dios, en este caso requiere de un poco de intervención humana.
Así que, Niño Jesús mediante y con todos los datos que el mismo Andrés nos había aportado buscamos la mejor bicicleta para el. Así que el 23 fuimos María y yo a la tienda de bicicletas en la ciudad vecina de De Bilt, para ver la que pensábamos que era ideal para él, pero nos parecía demasiado alta.
Al llegar a la casa, con cuidado de no romper ninguna ilusión, ni ninguna sorpresa y sin darle mucha información le dije: Mañana me acompañas a De Bilt, para que veas una cosa. Y así fue, nos fuimos a eso de las diez de la mañana, tranquilos, sin ir por la autopista, quería que esto fuera un paseo de disfrute, así que tomamos la N237. Ibamos muy relajados a 80 km/h, que es la velocidad máxima permitida en este tipo de vía, escuchando musiquita. Es increíble cuando puedes escuchar la música que escucha tu hijo y disfrutarla de manera natural y también es muy gratificante lo contrario, o sea que tu hijo escuche la música que a ti te gusta, sin que la diferencia de edades ni la de roles, él de hijo y yo de padre, tenga ninguna influencia.
Los diecisiete kilómetros se hicieron muy cortos, entramos a la ciudad y al acercarnos a la tienda le pedí a Andrés que cerrara los ojos, ya al frente, aún dentro del carro, le dije: Pon la cara hacia acá (apuntándosela a la vitrina, donde exponían la bici que habíamos preseleccionado para él) y ahora abre los ojos. Al abrirlos, se quedó en neutro, no sabía porque estaba allí, le di treinta segundos para ver si caía y le dije: Creo que nos deberíamos bajar para que veas algo que creo que te va a gustar, en ese momento ya se empezó a emocionar.
Entramos a la tienda y a nuestro encuentro vino el señor que nos había atendido el día anterior, nos saludó con una amplia sonrisa y me preguntó, ¿Este es el muchacho del que me hablaba usted ayer?, Si, este mismo es. Entonces siéntanse como en su casa, y nos dejó solos, le mostré la bicicleta a Andrés y le pregunté, ¿La quieres probar? Si, claro que si papá, me respondió. Salió de la tienda manejando la bici y ciertamente era muy alta, el señor de la tienda corroboró técnicamente nuestra apreciación, y nos propuso que probara una un poco más baja, pero diferente, pues era mucho mejor, 100% aluminio, con muchos accesorios, gris metal y negro, y un poco mas cara, Andrés la probó y regresó con una cara parecida a la de Daniel, cuando vio que habían desaparecido la torta y la leche de la mesa el día de Navidad.
Con gran excitación me dijo, papá yo quiero esta, y no te preocupes que la diferencia la pongo yo de mis ahorros. Esta iniciativa de Andrés me pareció digna de ser tomada en cuenta, su aporte muy importante, esa toma de decisión rápida y determinante me gustó. Así que llegamos a un acuerdo. El señor encantado escuchándonos negociar, nos preguntó en que idioma hablábamos, le respondimos en español, que bonita lengua, comentó y muy amablemente nos dio un muy buen descuento adicional.
Los dos salimos contentísimos de la tienda de bicicletas, Andrés porque tenía una estupenda bicicleta nueva y yo por tener la oportunidad de ver a mi hijo crecer un montón de una sola vez.
Después de relatarles esta bonita experiencia de navidad, una reflexión surge en mi mente: Que increíble es tener que escuchar a algunos adultos tontos por allí, decir aquella famosa estupidez: “Es que el Niño Jesús no existe”, y lo peor es que se lo creen, dicen ademas: ya se lo dije a mis hijos, o ellos ya lo saben.
Desde luego, hay que ser bien ingenuo para no creer en el Niño Jesús.