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jueves, 26 de agosto de 2010

El marinero que vino del sur

Apareció de la nada, o mas bien, parecía que estaba allí desde hacía mucho tiempo, nos dimos cuenta de su presencia porque opinó sobre una de nuestras aseveraciones. Dijo: No creo que sea bueno ocultar eso, porque si se llega a descubrir quedarás muy mal por no haberlo dicho en su momento. Nos vimos las caras preguntándonos quien había invitado a ese hombre que hablaba con acento raro.

Su aspecto no nos hacía temerle, era muy joven, pero nosotros lo éramos mas, podría tener como 20 años, nosotros entre 13 y 15 y aunque nos pareció un poco atrevido, aceptamos su consejo que además me pareció muy sensato. El continuó recomendándonos como actuar ante la situación que discutíamos, lo mejor es decir siempre la verdad dijo y no ocultar cosas que puedan después hacerle daño a alguien.

Estábamos en el escalón de la entrada a la plaza de la iglesia de Santa Rosalía; quien la conozca seguro se hará una idea del sitio, que es muy conocido en el centro de Caracas, aunque aquella era otra Caracas, mucho mas inocente, inofensiva y vivible que la de hoy en día. Era una ciudad donde jugábamos a ladrones y policías hasta tarde en la noche y no pasaba nada. Los muchachos de la esquina de Santa Rosalía así nos referíamos a nosotros mismos, pero esa es otra historia.

Llevaba un bolso grande y se bajó para moverlo de sitio, dejando ver su cadena de bolitas de acero, como las que agarran las tapitas de los lavamanos, de donde colgaban 2 placas de metal con letras en relieve, de las que usan los militares. Esto llamó mi atención e hizo que le preguntara si él era militar. Si, ¿Por qué? Por nada, respondí tratando de mostrar indiferencia. Su respuesta positiva hizo que temiera seguir preguntando, no quería ser impertinente, me callé y le di otro sorbo a mi Green Spot. Pero apareció uno mas temerario que yo y le preguntó directamente que hacía allí: “ Tengo varios días libres y después de estar navegando varios meses, lo último que quiero hacer es quedarme en el barco, así que me vine a pasear un poco por la ciudad y llegué hasta aquí, me compré un desayuno en la panadería de la esquina y buscando un sitio para comer me tropecé con ustedes, me pareció que serían una buena compañía en esta comida especial”.

Esa respuesta justifico plenamente la presencia del marinero alrededor de nosotros y además me hizo sentir importante, no todos los días un marinero de los que navegan por el inmenso mar, con toda su valentía y arrojo, nos honra con su compañía. Tomando en cuenta la edad que yo tenía, era como tener a un super héroe de amigo allí, hablando conmigo de lo mas natural. Pensé que por estar solo podía necesitar una familia por un rato, así que decidí que era una buena idea invitarlo a almorzar a mi casa, todos mis amigos me vieron con cara de sobresalto, y él mostrando una mezcla de vergüenza y sorpresa aceptó. Mi mamá era un ángel y yo estaba seguro de que aceptaría con alegría y disposición compartir la mesa con el marinero desconocido.

Así que emprendimos el camino a la casa, mas o menos 4 cuadras, intercambiamos nombres: “Yo soy Miguel le dije, extendiendo mi mano y estrechándola dijo, yo soy...” Aquí me tengo que disculpar con ustedes porque por mas que lo intento no puedo recordar su nombre y honestamente no quisiera bautizar a mi amigo con un nombre inventado o sacado de una novela que seguramente no se merecería, así que “El Marinero” es el mejor y mas honesto nombre para referirse él.

“Marinero: ¿ y porque no vas vestido de marinero? Porque estoy de permiso y también porque ayer se me ensució. Si hay algo terrible y que seguramente no veras nunca es a un marinero con el uniforme sucio, así que preferí meterlo en mi bolso hasta que lo pueda lavar”. No te preocupes le dije, seguramente que mi mamá te lo deja blanquito, sabes ella es como un ángel. ¿Es blanco tu uniforme, verdad? Si respondió El Marinero, “es muy blanco, pero no quiero que tu mamá me lo lave, eso sería ya un verdadero abuso. Tranquilo que estoy seguro de que a mi mamá le encantará lavar tu uniforme y además lo va a dejar de un blanco que ni te lo imaginas, ella usa unos potinges muy efectivos para sacar manchas, así que no te preocupes” Insistió, “es que es muy personal, es mi uniforme y tengo un montón de años lavándolo yo mismo. Bueno como tu quieras, pero si mi mamá te ve lavándolo no creo que deje que lo hagas tú”.

Ya habíamos llegado a la casa, y allí me enfrenté al primer escollo contra mi altruismo. ¿Cómo podía decirle a mi mamá que traía a un marinero desconocido a comer a la casa? Como no tenía una respuesta a esa pregunta decidí improvisar, le pedí a El Marinero que esperara en la puerta hasta que regresara a buscarlo. Me sentí un poco ridículo haciendo esto, pero no se me ocurría mas nada. Entré a la casa, mi mamá estaba en la cocina, le dije: “mami vine con un amigo a comer. Bueno, está bien, ¿y quien es? No pensé que me encontraría tan pronto con el segundo escollo. Bueno, eso no importa ahora, ya te lo cuento” y mas o menos así fue la cosa.

Regrese a por El Marinero, abrí la puerta, entra le dije, es por aquí, llegamos a la cocina y mi mamá notó nuestra presencia, se volteó y al ver a El Marinero, se mostró sorprendida, se secó la mano y se la extendió, como había hecho yo hacía solo un rato. “Encantado” le dijo él, “yo soy El Marinero, y yo soy Filomena, pero me dicen “Minuccia”. Que bien “¿Y eres amigo de Miguel desde cuando?. Desde hace como una hora mas o menos”. Mi mamá no pudo evitar que se le notara el asombro por la respuesta, pero no le hizo mucho caso y se dispuso a continua con lo que estaba haciendo.

Mamá me mandó a comprar pan a la Villafranca que quedaba en la esquina de Peláez, El Marinero se ofreció acompañarme, caminado la cuadra escasa que había hasta allá, me dijo: “Que bella persona es tu mamá, tienes razón de decir que es un ángel, no importa lo joven que se seas, cuando se pasan mas de tres meses en un barco descubres que eres capaz de saber que tan buenas son las personas con estar 5 minutos con ellas y poder verle directamente a los ojos, los ojos son el espejo del alma, y en los de ella pude ver a una persona muy espiritual y bella, llena de sentimientos positivos y que además te quiere mucho”. No puedo negar que El Marinero sabía que palabras usar para hacerte sentir bien y arrancarte una sonrisa indescriptible de satisfacción, pero además esto había hecho que sintiera al Marinero como un viejo amigo, como si reconociendo la bondad de mi mamá, me hubiera llegado profundo en mi corazón para de pronto a ocupar allí un puestecito.

Para mi mamá siempre era una gran alegría tener gente en la casa invitada a comer, esa era su manera de mostrarle a la gente las maravillas que podía crear, y con fruición y gran paciencia preparaba sus delicias, este era su imperio, allí se sentía la dueña del mundo y así cortaba, calentaba, aliñaba, mezclaba, cocinaba y mientras cantaba en voz baja, casi imperceptible, hacía participe de su rito a los comensales conversando de cualquier cosa como por ejemplo la que dijo ese día: “¿Tu crees que a El Marinero le moleste si le pongo albahaca a la salsa? “ Yo se que sólo lo hacía para sacar conversación. “ Ay mamá, claro que no” respondí por él, Él se paró de la silla como empujado por un resorte y le dijo: “Yo adoro la albahaca señora Minuccia”. Y a mi mamá le brillaron los ojos por la alegría de saberse celebrada en su obra de arte mas preciada un buen plato de pasta sciutta, una carne a la pizzaiola y una ensalada de lechuga, tomate, pepino y cebolla.

Yo me cansé de llevar a mi casa a todos mis amigos, se que aunque ha pasado mucho tiempo todos recuerdan los platillos de la mejor cocinera del mundo, hay muchos testigos de esto ¿o no? También llevé a algunos apenas conocidos, como en este caso a El Marinero.

Era sábado y como a la una de la tarde llegará papá lo que aseguraba una mesa concurrida, animada y en familia. Luego me enteré de que para El Marinero, este sería unos de los mejores almuerzos de su vida.

Se acercaba el mediodía y mamá nos invitó a tomar café recién hecho, negro, fuerte y en tazas pequeñas de porcelana tan fina como un papel grueso, todo un rito familiar, nos sentamos en la mesa de la cocina, El Marinero y yo nos embriagábamos con el exquisito aroma del café y los de la comida que levitaban en el ambiente, cada quien soñó por un instante sus sueños.

“Marinero” terció mamá “¿Y de donde vienes?”
A mi nunca se me hubiera ocurrido hacer una pregunta tan terrenal. ¡Que sabiduría la de las madres!
- Ahora vengo navegando desde Chile, nací en Puerto Rico y soy cadete de la marina norteamericana.
- Que bien dijo mamá. ¿Y no te falta mucho para graduarte?
- No, este es el viaje previo a la graduación.
Aquí fui yo el que dijo Woaooo. ¡Que bien!
- Caracas es la última escala antes de llegar a mi casa después de mas de tres meses navegando. Mañana en la tarde zarpa el barco rumbo a la Escuela Naval de Maryland
Muy bien entonces esta noche te quedas a dormir en la habitación de mi hijo Mario que vive en otra ciudad y mañana te vas tranquilo al puerto.
- No podría aceptar eso señora Minuccia, de verdad que no puedo.
- ¿Pero porque no?
- Es que sería un gran abuso de mi parte, yo quedo contentísimo ya con el café que me estoy tomando con la estupenda compañía de ustedes, mas de esto sería un abuso, acepté venir a almorzar porque realmente necesitaba estar un rato tranquilo en alguna casa normal, sabe después de estar tanto tiempo fuera de casa uno puede llegar a necesitar estas cosas.
Pues entonces no se diga mas, dijo mamá ignorando todo lo que había dicho El Marinero, después del almuerzo preparo la habitación.

El Marinero me vió a mi como pidiendo ayuda y yo sonriendo me encogí de hombros.

El Marinero me preguntó si podía usar la batea, claro que si le respondí: “ aquí esta el Ace” Sacó el uniforme de su bolso y me quedé obnubilado al ver todas esas insignias doradas y las charreteras pegadas a la camisa, que tenía una gran mancha de café, las retiró y empezó a lavarla. Mi mamá salió de la cocina y lo vio en plena acción, “deja que la lave yo” dijo, él respondió, “ no por favor deje que yo lo haga. Bueno, si necesitas algo dímelo”. Y mientras él restregaba la camisa y también el pantalón, yo hablaba con él y le hacía preguntas a las que contestaba con paciencia y gentileza.

Llegó papá. El marinero soltó el pantalón y se secó las manos. La llegada de papá siempre era un motivo de celebración para nosotros, recuerdo con nostalgia que mi mamá cada vez que podía, nos llevaba a la puerta del edificio a esperarlo, lo veíamos aparecer por la esquina con su gran sonrisa, mostrándonos desde lejos la bolsa con los recortes de Savoy que nos había traído. Esta vez no habíamos salido a recibirlo, mamá estaba muy ocupada y yo también, así que al verlo en el patio me abalancé sobre él y le di un gran abrazo, como siempre hacía. Le presenté a El Marinero, allí entendí que los Pinto éramos unos grandes ofrecedores de mano, pues papá tuvo el mismo gesto que antes habíamos tenido mamá y yo, de ofrecer la mano franca y rápida. “Mucho gusto soy Ugo (sin hache), un placer, soy El Marinero” Filo presenciaba la presentación y dijo “El Marinero es un amigo de Miguel y hoy comerá con nosotros” sentenció.

Y eso hicimos, comimos rico, como siempre en mi casa, El Marinero se ahogaba en elogios, y mi papá contó la parte de la guerra que le gustaba contar, no la fea de horrores injusticias y muerte, sino la de cuando conducía la moto inglesa en Pretoria o en Johanesburgo llevando o buscando algo, o de los juegos de fútbol en el campo de concentración con sus compañeros los prisioneros contra los soldados ingleses que hacían mucha trampa.

Fue una tarde estupenda, cerramos el almuerzo con un cafecito, mamá recogió, yo la ayudé, papá se fue a la sala a hacer una de sus ricas siestas de televisión y El Marinero se dedico a terminar de blanquear su uniforme para dejarlo como la nieve de blanco, que luego tendió al sol secándose casi inmediatamente. Le dedicó mas de media hora para plancharlo, le sacó el filo a los pantalones, para luego con mucha delicadeza dedicarse a la camisa dejándola perfectamente alisada, mientras lo hacía me explicaba como se debía planchar una camisa para dejarla perfecta, instrucciones que capitalicé y que pongo en práctica aún hoy día.

Papá salió de su sopor, se enjuagó la cara con agua fría y nos invitó a comprar su pan especial, para luego tomar un helado, así que fuimos a Prado de María a la antigua panadería de sus amigos italianos que hacían un pan perfumado y muy tostadito que nos duraba toda una semana si estaba debidamente guardado en sacos de papel de los de la harina. Este también era un rito familiar que siempre amé. Luego terminamos en el Crema Paraíso de Santa Mónica donde nos deleitamos con unos helados riquísimos, para luego volver a la casa.

El Marinero se sentó conmigo en la puerta del edificio, me dijo de manera grave que mañana domingo debía irse muy temprano pues debía presentarse a mas tardar a las ocho de la mañana en su barco, se notaba un poco emocionado, pues sentí que se le quebraba un poco la voz. “Nunca olvidaré este día” dijo “no tengo palabras para agradecer toda la espontaneidad y el cariño que tú y tu familia me brindaron”. “No hay que dar las gracias Marinero, para nosotros ha sido muy bonito poder tenerte en nuestra casa y que hayas sido un integrante mas de nuestra familia por un día”.

En la mañana todos nos levantamos muy temprano, y allí estaba el Marinero con su uniforme impecable luciendo todos los galones, se veía diferente, mayor y con autoridad, se despidió de mi mamá con un beso y un gran abrazo, agradeciéndole por el día tan bonito, se desearon lo mejor de lo mejor y se le aguaron los ojos a los dos. Se dio la vuelta, papá y yo nos alistamos para acompañarlo hasta la puerta, mamá no quiso salir, en la puerta saludó a papá dándole también las gracias y a mi me dio un abrazo, me dijo, se siempre una buena persona y al separarnos puso en mi mano un prendedor dorado de un barquito, me dijo esto significa que he aprobado mi curso de navegación, yo me quedé de piedra, noté que lo había quitado de su camisa para dármelo, le dije que no podía aceptarlo, que además se le descompletaba el uniforme, me dijo tómalo, yo puedo decir que se me perdió y me darán otro. Me dijo adiós y se fue caminando hacia el Nuevo Circo a tomar el bus a La Guaira, a lo lejos se despidió con la mano, al desaparecer de mi vista di rienda suelta a mi emoción, la despedida me había afectado mucho, me puse a llorar, mi papá me abrazó lo que me consoló inmediatamente.

Mamá subió a recoger el cuarto donde había dormido el marinero y encontró sobre la cama perfectamente hecha un sobre donde en un papel había escrito palabras de agradecimiento para todos nosotros, pero sobre todo para ella, que sin ninguna limitación puso todo lo que tenía a su orden y lo hizo sentir muy querido en una casa desconocida. Dentro el sobre había otro papel doblado, en el que había un billete de 100 dólares y decía no hay manera de agradecer lo todo el cariño que me dieron, por favor Sra. Minuccia, reciba este pequeño detalle como un presente con mucho cariño.

Mas nunca supimos nada del Marinero que vino del sur, nosotros recordamos por mucho tiempo a esa persona tan especial que con su aura de persona liviana se gano en unas pocas horas todo el cariño de nosotros.

Aún recuerdo cuando en mi gaveta me tropezaba con el barquito dorado, se agolpaban un montón de buenos recuerdos, y cuando jurungaba la gaveta de mi mamá, muchísimos años después, aún me encontraba el sobrecito amarillo por los años con los 100 dólares adentro que mamá guardó esperando alguna ocasión especial.